EL CAMINO
Para mí, se inició en la puerta a la calle. Remontándolo, podría llegar
a cualquier parte hacia dentro o hacia fuera. Todo
comenzó desde allí. Lo recorría él, mi padre a las dos de la madrugada para
tomar el colectivo que lo trasladaba con otros a la Fábrica Militar de
Pólvoras y Explosivos, atravesando el riel ferroviario que aun hoy existe, a
pesar de que desapareció el tren.
¿Que hacia mi padre en la fábrica?
No puedo precisarlo. Jamás lo supe. Jamás hablamos. Militar, no era, al
menos por el sueldo... sin embargo, siempre me pareció importante, quería
mirarlo de esa forma, quería copiar de él el gigante que yo sería, aunque entre
nosotros jamás existió la confidencia
más allá del medio siglo que atravesamos juntos, siempre distanciados.
Quería que él fuera para mí el tipo dulce que era con los hijos de sus amigos.
Sólo fue reproche, látigo, indiferencia y yo no entendía que para él la vida
había sido todo eso, excepto látigo. Sus amigos le decían "Gitano";
yo no heredaría menos: deambular constantemente y el camino sería largo, pero
él nunca abandonó la casa.
Su ingreso en mi habitación en varias madrugadas me despertaba, y sin
moverme intuía su búsqueda a oscuras de algo en mi roperito. Entonces, en la
oscuridad cómplice de niños y misterios escuchaba el consecuente
"ahhh!" casi místico y el ruido al cerrar la puertita.
Fue en una de esas horas insomnes y frías. No bien escuché la llave
girando en la puerta que da al camino donde él enmudecía sus pisadas me
levanté para hurgar entre la ropa que
mami doblaba allí antes de planchar. Palpé algo. “Vidrio” me dije. Con un temor
ancestral, inmenso para un mocoso de cinco años. Retiré con temor y ansiedad
suaves. La botella. Las tres de la madrugada. Me fui sigiloso al baño y al
encender la luz, ya sabía.
- Antoin, ¿qué hacés, carajo?- mami desde su dormitorio. Esperaba esa
pregunta, pero también esperaba que mami no cambiara la cama por el frío; nunca
supe si estaba realmente tan enferma o qué.
- ¡Ufa! ¿Ni puedo orinar ya? - grité, sabiendo que mami era cómplice de
mi imaginario. Aprisioné contra mi camiseta de frisa los tres cuartos dentro de
la botella. La etiqueta "Caña de
durazno LEGUI", dibujado, un caballo de carrera con su yoqui. Eso lo conocía
bien al ver a los guerreros yoquis
cuando escapaba al hipódromo a unos kilómetros de casa… y de allí papi me traía
a patadas, porque él era muy correcto, demasiado. También, había visto esa
botella en el bar del Porteño. Entonces deletreaba el rótulo para la carcajada
sin malicia de los jugadores inmersos en su universo de póquer en ese bar, el
más luminoso del mundo. Reían porque para aprender a leer deletreaba lo que viniera al caso, aunque
para mis cinco años y un metro veinte aquel mostrador de mesada de acero
pulido, esplendoroso, estaba demasiado alto, y la botella más, pero yo tenía
buena vista.
Quité el corcho con los dientes; me rodeó un aroma inexplicable; en nada
se parecía al olor acre y triste del escusado del bar; pero sabía y no, de qué
se trataba. ¿Qué se guardaba entonces en una botella? En casa, al menos, miel,
vino, aceite, nafta, querosén, lavandina... papi a veces traía pólvora de la
fábrica y la almacenaba en botellas a buena distancia de mi estatura conocida
por aventuras y desgracias de pirómano. ¿Ácido? No, no podría ser, aunque de
color similar. Él en el taller tenía varias clases y a mi no me amedrentaba el
ácido, a pesar de que los del barrio me intimidaban, por envidia, con la
historia de que si caía en el cuerpo de uno, se cocinaba la carne y hasta podía
perder el hueso. Alguna vez lo probé aquí donde está la cicatriz sobre la
muñeca derecha y no perdí nada pero la tía Rosa debió correr urgente a la calle
Catamarca para ver si algún infeliz de la Asistencia Pública
me hacía dejar de llorar. Después sufrir una paliza maestra y esta cicatriz que
ahora casi no se ve.
Pensé “lo de la botella no puede resultar ser algo tan peligroso al
fin”. Cubrí ansioso con la palma de la mano el pico, invertí la botella.
Despacio, lamí la piel. “¡Ahhh!”-igual que el papi-“¡Que dulzura! Delicioso.”
Allí inicié mi camino. No el de mi padre virtuoso. El del endemoniado
alcohol. Bebí un trago. Otro. Y otro. El líquido embriagante, lujuriosamente
desbordaba mi boca… porque el sabor divino en el paladar anulaba el ardor en la
garganta y la conciencia… ¿qué sabía yo?
-¡Antoin!- mami otra vez; la fiaca no la había dormido del todo.
- Ya voy, che, ya va. ¡Ni en el baño me dejás en paz!-
La investigación había durado media hora creo. Allí, sentado sobre la
tapa de un inodoro helado aprendí lo mejor de mi padre: por qué jamás se acodó
en un mostrador de boliche, aunque cada madrugada, creyéndome dormido, con esos
tragos y su “Ahhhh!” enfrentaba al mundo y sus gélidas horas por mí, según
repetía constantemente.
Disfruté
sentado en el trono de la vergüenza un rato hasta que se aclaró la visión algo.
Había caído como en una carrera de embolsados pero la caña Legui estaba
afianzada en mis brazos aunque lo pies esquivos… El escándalo de muchas cosas rodó.
-¿Que hacés porquería? ¿querés que me levante?- mintió mami. La pregunta
me salvaba, porque al largarla ella jamás cumplía; además ser el único amante
de sus óperas y esos verdes ojos de mar siciliano como ella, ella me protegía.
No obstante tuve miedo. No, por mami, no. Esa sensación gris, una
manzana cubierta de escarcha, me enmudeció de culpa: desnudo, avergonzado,
feliz. Había comenzado mi camino desconocido. ¿Quedaría para siempre el sabor
de la culpa y el placer? Sin embargo en aquel momento supuse que si no quería
que el dulce delito se hiciera manifiesto, debería arreglármelas solo. Abracé
con tenacidad la botella ajena, palpando paredes, después de regresar el móvil
del pecado asesino a su lugar como hacía el papi, me desplomé sobre el lecho.
Aunque de muy pequeño estaba acostumbrado a interminables dolores de
cabeza, como ella, esa mañana fue insoportable. ¡Mover los párpados era tan
angustiante! ¿Cómo iba a vivir si se me
hiciera imposible leer?
- ¿Que te pasa? ¿Por que no te levantás aun?- preguntó ella- Cada mañana
después de él vos sós el primero que molesta por la casa despertando a los
demás. ¿Querés algo?
- Si, vomitar- contesté. Stella corrió por una palangana.
- No me ensuciés las sábanas,
¡porquería! si no te mato - amenazó pero matarme era su forma de
balbucear amor -lo que ella nunca conoció-; y regresó la dulzura:- ¿otra de
esas malditas descomposturas?
¿Debía mentir? ¿A ella?
En cama todo el día. ¡Que bueno, no ir a la escuela! Agosto, ráfagas de
hielo ardiente, los árboles en su mutismo se reclinaban a mi altura por
comprenderme. Sí, afuera el viento sur, mi amado viento sur, quebraría la
respiración hasta a los perros y una decorosa niebla congelaría guardapolvos,
libros y tinteros mal protegidos en la "cartera del colegio" que nos
pasábamos por generaciones según los centímetros que nos estirábamos. En el
patio, ni a las gallinas se atrevían a cacarear. Diana la perra de cacería
sería un ovillo en su casucha. Ahora comprendía por qué el papi iniciaba cada
madrugada con su”Ahhh”.
Tapado hasta las orejas en la cama de dos plazas de ellos, pude escuchar
la tos de algunas personas en la vereda. - Pleno agosto, pobres viejos-dijo
mamá.
El doctor Blas, llegó a las diez. Me revisó
- ¿Qué tiene, doctor?- preguntó Stella, secándose con un repasador.
- Veremos, veremos... anoche ¿estuvieron de asado Stella?
- No. Con este frío ni salimos. ¿Por qué, doctor?
- No, por nada-. Blas apretaba
aquí y allá con cierto aire vengativo que no podía disimular; ¿alguna bagna cauda[1]
o algo peor en lo de Silvio... mucho vino?
- No, no. Además, el chico... ¿Por qué, doctor?
- Por curiosidad, nada más-. Blas seguía tanteándome.
- Sacá, che, esas garras frías- chillé, pero él me tapó la boca con su
mano con olor a alcanfor
-¿Me invitás con algo caliente, Stella?
Cuando mami fue hacia la cocina, el médico se inclinó sobre mí, me clavó
sus mansos ojos de feo implacable y me preguntó apretando los dientes:
- Decime mocoso, ¿qué mierda hiciste?
- Nada, che, nada. Ufa, me duele la cabeza, me duele la cabeza -grité-
apretándomela teatralmente entre ambas manos.
- Decímelo todo o empezamos con inyecciones.
- No. No, no hice nada. Me duele la cabeza, la panza, todo. Es el hígado
–dije- copiando los cien argumentos de mamá y las vecinas cuando no querían
salir de la cama.
- Decime, pedazo de infeliz, decime qué hiciste... si no cuando venga tu
viejo, te arreglás con él-
- Él, no. El, no. Me va a agarrar a fustazos
-
Entonces hablá. ¿Te chupaste una damajuana? Tenés tanto olor a podrido en la
boca, a meado. No sé cómo Stella no se dio cuenta.
-Ella no me besó hoy.
-Decime qué tragaste.
-Lo mismo que él, adentro del ropero - temblando no sé si de frío o
miedo- le señalé al roperito al lado de la puerta. Me mostró la botella con los
ojos grandes abiertos como un dos de oro.
-¿Esto?- remarcando con el dedo la etiqueta, la tiró apurado entre la
ropa. "Infeliz, pensé, "la voy a tener que acomodar bien antes de que
venga el otro”. -Pero ¿sós loco, vos? ¿Te chupaste esto? ¿Cuánto, mucho?
-Pero si él toma todas las noches a escondida cuando se va a la fábrica
y no le pasa nada.
-Y claro, qué le va a pasar si toma apenas un trago y Antonio es grande,
¿cuanto tomaste?
-Y, un poco...
-Un poco. ¿Como cuánto fue ese poco?
-Un buen rato... qué sé yo, media hora, me parece. En el baño sentado en
el inodoro, cuando él se fue. ¿Acaso es malo? Si fuera malo ¿por qué lo vende
tanto el Porteño?, ¿no?
-Malo, bueno, malo no; solo que no es para vos, es para los grandes.
¿Cómo se te ocurrió eso?
- Y…quería saber. Él nunca me habla. No dice por qué hace cosas. Siempre
me prohíbe todo y me gustó. Es muy rico.
- Que es rico, vaya si es rico, -reconoció Blas.
- Ahhh... ¿vos también tomás no?
- Eeeh... cuando era chico, no, ¡como iba a tomar eso a los cinco años!
Ahora me tomo una botellita por semana, cuando hace mucho frío, como hoy;
siempre llevo una.
- Una petaca, lo señalé, malicioso, con un dedo.
- Por el frío, por el frío.
- Si, por el frío, igual que él, ja.
- Pero vos, ¿por qué lo hiciste? decime.
- No sé. Hay tantas cosas que quiero hacer y él, y todos, lo único dicen
es “No”. Pero él si toma cada noche, lo espío y cuando yo sea grande, vas a ver
que
-¡Cuando seás grande, un corno! Si seguís con estas macanas ¡no llegás
ni a los diez! La cara se le puso roja como si estuviera furioso en serio.
-¿Te enojaste, bigotudo? ¡Qué macana!
-¿Cómo, qué macana? ¿No ves que lo vas a volver loco y recién comenzaste
la escuela? Vas a matar a tu madre.
-No, a ella no.
-¡Las estupideces que hacés! Ésta, la de hoy; la del ácido, el año
pasado; la del poste de luz; la del incendio del taller; la fogata cuando
ataron a un poste al pibe del vecino.
-Es un maricón, ese.
-Tus desapariciones, las escapadas al puente negro... sabés que podés
matarte allí.
- Parece que llevás todo anotado como el almacenero...
-¡No anoto un pito! Pero cada vez que hacés una estupidez te tienen que
llevar al consultorio para que te cure, mocoso infeliz.
-¡Mentira! ¡Mentira! No me llevaron un montón de veces. No me llevaron
con lo de la vieja sorda, ni con la de los petardos; ni cuando quemé a mi
hermana con el diario. Solamente me pegaron no me llevaron ni…
-Callate, callate. Si no cambiás te va a pasar algo feo, muy feo.
-Callate vos. Qué sabés. Hablás igual que él... sós igual que él, ¿para
eso viniste?- y le quise tirar con la almohada, pero siendo de dos plazas fue
por demás larga para mis bracitos; entonces le comencé a golpear el pecho pero
él me apretó en sus brazos hasta quedarme quieto. Acariciándome el pelo me
dijo:
-Yo vengo a ver que te curés, te portés bien. Así no podés seguir; sós muy chiquitito y te metés ¡ya
en cada lío! Andás todo el día en la calle con esos vagos... Vas a ir a la
cárcel, como la Chiva
Vázquez , ¿o querés que te encierren en el colegio de
cura? ¿Eh? Mirá que él lo va a hacer si
seguís así. Y lo dejé hacer, -aparte del tío Chiche, era el único varón me
abrazaba con cariño y sin malas intenciones- en tanto, sentado en sus rodillas,
revolvía su maletín gastado.
- ¡Aquí está, aquí está!-grité saltando en calzoncillos por la cama con
su petaca de caña en alto.
- Dame eso mocoso, dame eso y me la arrancó con un gesto duro. No era un
santo, pero como médico pero me tenía cariño. A veces yo inventaba estar
enfermo para que alguien me llevara a su consultorio, no sé por qué o
posiblemente Blas y Chiche eran los únicos lagartos adultos en quien confiaba
un poco.
- El siempre me grita que me va a mandar con los curas y él nunca va a
la iglesia. Dice que no cree en los curas pero que en el colegio voy a aprender
mucho- retomé el tema mientras él me tapaba con las frazadas de mamá.
-¿Te parece malo eso?
-¡Qué sé yo!- repuse mientras leía la etiqueta de la frazada donde decía
"Tienda Los Vascos"
- Me da miedo. Además, nunca me da plata para comprar revistas y a mí ¡me
gusta leer! ¡Yo quie-ro-le-er!!!. El siempre me está hinchando "¿Leíste
bastante hoy? ¿Cuánto leíste? Stella, ¿leyó éste antes de cenar? Que lea mucho
a la mañana" y no necesito que me lo esté repitiendo, a mí me gusta leer.
¿Qué se cree?
-Lo hace porque sabe que sos inteligente y no quiere que terminés siendo
un ladrón como tus amigos.
-Ja. Todos me dicen eso, pero él
nunca me da plata para comprar revistas y cuando yo consigo plata me pregunta a
quien le afané la guita, que voy a ser un choro, que voy a terminar en la
cárcel y me pega, me pega.
- Él quiere que te corrijás... que no robés
- Si yo no robo, jetón.
- La semana pasada me robaste veinte centavos en mi consultorio y ¿qué
te compraste con eso? Contame.
- Bueno... primero, no robé nada, lo tomé prestado y cuando sea grande…
- ¿Que compraste? te pregunté
Metí las manos debajo del colchón.
- Mirá, bigote. Compré un Rayo Rojo, dos Pato Donald, un Misterix, tres
Fantasía y [2]…
-¡Che, pero te dieron un montón!
- Porque son usadas, idiota, las compré en la feria, hay que saber donde
comprar y bueno, mirá, él dice “Veinte centavos es mucha plata” y se hace coser
bien los bolsillos cosa que no se le caiga un centavo... pero yo no te robé,
las compré para vos
-¿Y por qué las escondés debajo del colchón de ellos si no robaste?
- Bueno, porque aquí es donde él menos va a buscar y a la mami era fácil
convencerla de que me las prestaron, además, ellos no entienden, ¿no te das
cuenta? No entienden por qué me gusta leer.
- Me las llevo, entonces
- No, no. Yo soy un chico pobre y esos viejos que van a tu consultorio
si quieren leer revistas que las paguen. Cuando fui los otros días le arranqué
a un viejo de las manos un Cowboy que estaba leyendo, porque tenía mi nombre,
yo te la había prestado a vos no a ellos, ¡que se compren! Además, vos no me
las devolvés nunca.
-¡Pero estas las compraste con mi plata!
- Eh... si... ¡no! No es tu plata; si querés hacemos un cambio, yo te
doy un Misterix y vos me das cuatro Patoruzú.
-¿Y como está ese chico?- interrumpió mami, entrando con una taza con café.
-¿Dónde lo fuiste a buscar, mami, que tardaste tanto?- dije golpeando
con el puño la mesa de luz.
-Me demoré porque no tenía café y debí ir al almacén.
- No te preocupés Stella, este mocoso...
-Y ¿esta mejor no?
- Bue, se mezcló algo de gripe, sin fiebre, los nervios, este joven es
muy nervioso; eso más algo que le hizo mal al hígado, alguna comida de días
anteriores... pero un día en cama algún Geniol y una taza de carqueja.
-¡No, carqueja no! ¡Es un asco, la carqueja! Viste, vos sos igual que
él, sós igual que él, con tal de hacerme sufrir -gritaba yo saltando sobre la
cama.
- Entonces ¿inyecciones?
-No quiero nada. No quiero nada. Andate de aquí y no volvás nunca.
Andate, ¡andateeeee!
El médico largó una carcajada y me atrapó mientras yo intentaba
golpearle la cabeza y mami pidiendo disculpas por todos lados, mientras le
alcanzaba los lentes que habían volado contra el respaldar de pino de la cama.
Cuando me cansé, el médico me tiró con fuerza contra las mantas.
- Lo único que falta es que te pongás loquito, Vinagrillo- me dijo con
mansedumbre.
- ¿Por qué le dice Vinagrillo?- preguntó mamá, inocentemente.
- Bueno... eehh... él y yo nos
entendemos, contestó el médico, dándose cuenta
que había metido la pata hasta los estribos. Vinagrillo era el borracho más
popular y ovacionado en la ciudad. Es un secreto entre hombres, ¿verdad pichón?
- Si mami, es un secreto, entre varones, digamos un enigma que vos nunca
entenderías ¿Me vas a traer revistas, doctor? No me gusta estar en la cama. Me
aburro. No me gusta estar en cama. ¡La cama es para los viejos!
El médico me dio unos caramelos Oruzú y yo un beso.
- Si se hace el mañoso dale carqueja nomás, Stella, bien livianita sí o
sí- y desde la puerta agregó: Y vos, campeón te la tomás toda, ¿eh? Si no, ya
sabés.
- Viste, sos un traidor, igualito a él, bigotudo, sós un traidor
A las doce y veinticinco en punto,
como siempre, llegó él.
Me asustó la idea de que descubriera
todo. Pero me calmé. Pensándolo bien, mi padre se ocupaba de la botella
solamente en la oscuridad. Así ni Mandrake podría descifrar cuanto bajó el
nivel desde la última vez que la levantó para darse un trago.
- ¿Que le pasa a ése que no se
levanta?- preguntó al descuido con la cara enojada de costumbre- ¿Cuántas horas leyó?
- ¿Que sé?- respondió Stella sin mirarlo siquiera.
- Si no sabés vos que estás todo el día en la casa escuchando novelas.
- Vomitó- resumió ella - No tiene fiebre, inflamación a los intestinos
no es. Tuve que llamar a Blas.
- No voy a tener que comprar toda la farmacia por éste ¿no?
- Preguntáselo a Blas, no a mí.
Es tu amigote. Cada domingo se van a cazar juntos.
- Mier...- me miró muy cerca-
Parece mal. Ni se mueve- se rió él. Yo fingía los ojos cerrados pero por
debajo del brazo arqueado sobre la frente lo espiaba con desconfianza y fruncía
las cejas, y arqueaba los labios hacia abajo como si estuviera sufriendo una
barbaridad.
- Lo del chico no parece ser gran cosa- comentó la madre como pensando-
Alguna porquería que comió en lo de Vallarino. No sé por qué lo mandás a
trabajar a ese frigorífico siendo tan chico.
- Le dije mil veces al Pocholo - interrumpió - que no le deje comer
nada, pero éste es un rastrillo, barre con todo lo que encuentra, sea comida o
plata.
- Pero con esos dolores de cabeza- continuó ella- me parece que se está
arruinado el hígado de nuevo.
- ¡Es demasiado chico- reprochó él- como para joderme ya con tus mismos
problemas!
Omar
Dagatti Córdoba 15 de abril de 1994 3hs.
[1] Comida del norte y sur de
Italia muy caliente a base de crema de leche, ajo, picantes, etc. La mujer
preparaba las demás comidas, pero la bagna
cauda el principal aderezo, conservado por varios días, era preparado solo por los varones de la familia,
algo así como la exclusividad en Argentina de que el varón prepare el asado o
la barbacoa.