Soy un escritor, un loco, alguien inestable y ahora iniciando eso de
hacerse viejo, y no te quiero de bastón a ti ni a nadie.
Antes si, tenía algo de fibra, garra, en 1978 cuando me iniciaron en esto
también.
Podría ser león disfrazado de tipejo pero me cansé de ser lo que no quería.
Y aquí estoy: sentado como mi madre y mi abuela calabresa en la
punta de una silla porque poner todo el trasero sobre ella es pérdida de tiempo
para quien a cada rato debe volar. Sí, aquí estoy, como te digo, sentado en la punta de
una silla, escribiendo lleno de emoción a una hija que quiero, que esperó
todo de mí, pero solo puedo darle lo que soy: un médico loco sin reforma.
Conmigo solo podrás colgar de las palmeras, ahogarte en el hueco de
tu mano, dormir entre gorriones, subir una montaña de rodillas y hamacándonos
en el balcón desde la luna, mirar a los inteligentes de la vida
arrancarse a dentelladas la melena.
¡Mirá!
¡Aplaudí!
No te pongás triste. No es tu melena,
ni yo soy tu padre. Apenas un mendigo inflamado que te invita sin
saber a bailar sobre su sombrero. Tu padre murió hace
tiempo en Hungría cuando quiso sembrarse por los cuernos en
las piedras, yo... yo soy apenas una morisqueta, es todo lo
que se y es tanto que te lo doy. ¡Tomalo! Una morisqueta, donde comienza el
desprecio termina la comedia.
Pero ¿vas a llorar? Vení, desecá esa lagrimita si no querés anegar
esta ciudad viuda y disfrutemos de este rengo y su organito, escribía poemas con la sangre, hoy con agua solamente porque
ya no le surte más el corazón.
¡Divertite! ¿Ves el chanchito celeste que sale por mi oreja?
Te lo regalo...para que lo hagás dormir contra tu pecho inmaculado; estaba
tan calentito dentro mío... él te acompañará en tu partida. ¿Yo? No, yo
no. Es tu partir. Estaré al atardecer, a tu regreso, si venís
a que acaricie tus corderos. Nos comeremos el trigo que hoy amasamos en
las avenidas, escanciaremos el vino de las fuentes si todavía quede alguna
plaza.
¿Ellos? No le hagás caso. Son monos serios con levita. Te tajarán la
carne, te enmudecerán el amor.
Dejame empujarte en la hamaca, ¿querés? Pero fuerte no para que
vaya y vuelva sino gire, gire, gire y gire sin marearte
hasta ser vos la otra luna que le falta a este planeta, luna con raíz en las caricias,
¿luna de románticos farsantes? No, la de los fantasmas, luna de verdad,
de risa y llanto, de hueso y carne como tu pálido vientre iluminado de
locura o el valle entre los cráteres serenos de tus pechos. Dejá los
pajaritos. A partir, girá en tu hamaca y
no parés...después, yo te estaré
esperando a la salida, eso sí como hoy, aún más loco.
¿Escuchás? Reinbert de Leeuw, ese mago tuerto deshace la
partitura de Eric Satie, el ilusionista, el francesito ni romántico
siquiera que tocaba el piano en aquella sala de Paris ¿te acordás? Allá por el
20...¿Cómo que vos no estabas? Cuando nos dormimos en la escalinata del Sacre
Coeur y el sol de Montmartre nos espoleaba hacia aquella noche en la vieja sala donde
conversamos con Artaud después de su película, la de la prostituta y el cura.
Eric tocaba y tocaba el pianoforte sin importarle la lluvia de tomate
y huevos de los palcos de críticos, intelectuales iletrados. Era
un santo, era un disparate, era un tísico flaco con bigotes curvados
hacia arriba y chaqueta ajustada...pero no dejaba de interpretar,
no dejaba de interpretar sus "Chansones" por miedo a que al parar
se detuviera todo el cosmos que pendía de sus dedos, un místico
alucinado.
¿Tan locos fuimos? ¿Recordás "Ojivas"? Olvidé el opus y el Álbum.
¿No? ¿Vos no tenés álbum? Y ¿que esperás a comenzarlo?
¿Con qué? Con vos ¿qué más? ¿Recuerdos? No, eso no. Basura. Si olvidaste
aquella noche en la sala cerca de Lafontaine los recuerdos son dolientes.
Un álbum de recuerdos miente por la boca, en tanto girás páginas aturdidas,
esconde verdades álgidas como verrugas que están en el álbum
pero nunca nada se dice de ellas. Permanecen en silencios ocultos.
Entonces ¿con qué? Con vos. Vos
sos tu álbum. Acaso ¿no tomás suficiente de vos cada día como para llenar
de imágenes el mundo?
Pero vení. Subamos al carromato que hiciste con esa cajita de bombones arrojada
en la vereda. Volemos con los caballos de la noche, los de
los papelitos coloridos de la caja-carromato. Iluminemos la ciudad
envejecida, porque ya es muy tarde y
comienza el frío.
No creas que es tanto delirio como parece.
No es una piecita literaria simplemente llevado por el "vuelo" lírico.
De hecho en ese "delirio" si sabés leer podrás aprender sobre mi
hoy más que en todas las cartas "lógicas" de ayer.
No estoy loco. ¡Qué va! Soy loco. Así me consideran al menos aquí, que son
peritos.
Es cierto en este momento reconozco que estoy pasando un verdadero cataclismo
emocional:
por lo que soy
por lo que fui
por lo que no quiero ser
por lo que me empujan a
ser
por lo que perdí
por lo que no tejo y lo
que destejo
por mi imaginación cósmica
por mi bajezas y mi
pureza
y
por esa esperanza mía, demasiado
grande que me queda como sobretodo ajeno.
Pero, vamos, subí… volemos.