JAN
-Me
pareció que días antes,
hubo alguien...sin precisar...
-Algo,
¿cosa? ¿Persona? ¿Animal? o solamente...
-Solamente
eso.
-La
cuestión que...
-¡Esperen,
esperen! ¡Déjenlo!-gritó
el forense, psiquíatra en el Hospital de Oslo, tratando de no confundir a Jan; en fin de cuentas nadie podía
asegurar que hubiera sido él.
-La
cuestión es que cuando escuchaste afuera los aletazos terribles, saltaste los
escalones
-Corriste.
-¿Corriste?
-¡Corriiiiste!
-Algo en
la atmósfera amenazaba viajar sin mí...como te decía.
-¿Vociferaste?
-Maldije
esa casa a mis espaldas. Encendí los compresores, el gas, corté el
amarradero por la derecha, luego el tercero...entonces el último y
remonté el aparato "en un chasquido de lienzos
encendidos, hinchados que terminan en el
vuelo no visto".
-¿Y el
arma?
-¿Entonces?
- De esa casa
del campo, ¿tenía que marcharse?
-¿Estuvo
solo?
La casa
blanca anclada en la luminosa pradera de Noruega donde Jan se
aferró a aquellos árboles, su plateado murallón. El sol al coagularse cada amanecer en el porche para mirar
a Jan,
vigilaba a los pájaros. De tan inofensivo Jan era pájaro, entrampado como años atrás
en la misteriosa asfixia de la tundra.
-Queda poco tiempo ¡Ya vienen! y,
¡Hay tantas cosas!
¡Qué oscuro!
-
Lo que pasó es que, estaba observando a un gerifalte, un halcón
¿me entiende? Falte es la fonética latina de falke,
halcón para la etimología germánica.
-Sí, sí,
¡por favor!
-Por
favor, deje su fonética para otra corte.
-¿Sabe
que eran los preferidos de la cetrería? ¿No? Raro. Le digo, habitan
en acantilados rocosos...desconozco por qué ¡allí! en esa pequeña ondulación
hacia el mar estaba él. Ya había visto a otros en Vatna Jokull de tonos bien claros, casi blancos
estriados de negro,
-¡Por
favor!
-Color
idóneo en la zona nórdica; pero éste se entretenía en dar caza a las aves
marinas; era gris oscuro. ¡No podía ser, allí a decenas de millas al sur del
círculo ártico!
-Deje
los detalles. Deje.
-¿Cuando
fue?
-Abril o
mayo de esa...-Jan se perdió con la vista en el
resplandor oblicuo que lo curioseaba por las ventanas del oeste. Los marcos de
madera para los vidrios, a contraluz le recordaron barrotes- abril, mayo
más o menos...estaba muy confiado, sedentario.
-¿Ud.?
¿Por qué?-los profesionales, abombados, aburridos por ese extraño animal se
removieron en sus altos sillones de terciopelo verde como si una sombra gris
les impidiese estar erguidos solemnemente.
-No, yo
no, él, el gerifalte-señaló el techo-Cuando, perezoso, remontó vuelo…- Jan se irguió y corrió entre los pupitres de los
profesionales en frente planeando con sus brazos como si fuese un ave o un
chiquillo.
-¡Compórtese!
Que los guardias ordenen a este- El golpe del martillo en el estrado
despertó paralizando a Jan.
Dos guardias de azul con botones plateados lo llevaron a empellones contra el
asiento.
- Lo
seguí con la vista y de pronto allá me pareció verla por primera vez
-¿A
quién?
-¿Qué
cosa vio?
-Cosa no- recalcó Jan- a ella, en el árbol, como una
lechuza de Tengmalm.
-Abril o
mayo, ¿Por qué tan seguro?
-Porque
escapé.
No pensó
qué llevar. ¡Tanto y tan viejo todo! Marcos en las paredes aguardando
fotografías alguna vez admiradas. Tan solo la figura de aquel retrato, la mujer
acurrucada contra el Ayuntamiento en Dresde,
radiante, aún para esa imagen gastada en el ocre de los años veinte.
Lámparas
apagadas.
El trozo
final de leña se desmoronó provocando nubecitas de ceniza y alguna chispilla humeante en la alfombra inició su música
vertical sobre el piso de madera.
-Usted la asesinó
-¿A qué?
No. ¡No fue el miedo! La amé siempre. Estaba allí, la vi por primera vez y
sentí ¡qué sé yo qué! Solamente sé que no estuvo nunca antes...y ¡esos ojos!
-¿Eran
muy bellos?
-¡Rojos!
Eran rojos y fue la última vez que relinchó el caballo negro en el establo.
El ruido
de una puerta de hierro, arrastrándose sobre su marco produjo un chillido. Distrajo a Jan. La luz desbordaba en el cabello y
la barba amarillentos,
parecía un santo, el icono contra el vitrau que
no pudieron robar en Bucarest,
y la sombra extraña resaltaba el color de sus ojos. Comenzó a acariciar con la
mano izquierda, como si fuera el cabello de alguien presente, la pelliza
desteñida de carnero que le cubría del frío en tanto con la derecha se cerraba
el cuello del uniforme del presidio.
-Un
momento, espere...espere. Usted dice que
-No, no
podía esperar la
-Dice que fue la primera vez que la vio, entonces huyó. Pero después
dice que desde aquel día que le pareció ser el último, en los días siguientes
no vio más al caballo negro, ¿qué quiere decir? ¡Es tan confuso todo!
-Tenía los ojos rojos, ¡rojos!...y eso... ¡era insoportable!- Jan caminó fácilmente hacia la oscuridad. Veía a través de
ella. Vivía en ella -Terminar, le dije. Todo será diferente.
Poco
conocía de la marea en que ingresaba. Lo más parecido, amnesia.
Adelantándose en las tinieblas un árbol se irguió hacia él, más negro que todo lo
demás.
Se
estiró al pie, exhausto... sin hojas, las ramas partían
desde el núcleo ubicado en sus ojos, hacia
mil senderos lineales, retorcidos...hacia donde él mirase
suspendido por hilos invisibles, con las alas extendidas, el gerifalte. En una
rama inferior los ojos encendidos de las lechuzas lo alumbraban con
aburrimiento. La dureza del metal entre su piel y el cinturón le produjo un
dolor cuando posó su espalda contra la base del tronco. Él era la raíz, remando
hacia el abismo, donde habría un destello. Estaba seguro, como siempre el
destello aparecería.
Observó
al juez y a los otros letrados. Lo miraban con sus ojos rojos, agudos, centelleantes. Irritado, penetró en un
cubo transitando senderos sin habitantes. Desde hacía diez horas… ¿o diez años
cuando decidió marcharse?
-Se
marchó ¿Por qué escapó?
-¿Escapar?
¿De qué? ¿Hacia dónde?- pero sucedió como siempre: una ramita cruje inesperadamente, quiebra la
calma, transita en su cerebro y él se marcha por senderos inconclusos. ¿No le había
sucedido en Buenos Aires en la pensión del callejón sin salida frente al Kavanagh? ¿O en la mohosa habitación
desde donde sólo divisaba, agua, agua, agua por todos lados hasta desleír los cimientos del caserío de colorinches en Ámsterdam?
¿Y en el suburbio al este en Esbjerg?
Nunca era lo que buscaba.
En Oslo aguantó
dos días. Prosiguió el viaje a Kristiansand donde se encontró con Marthen Knudd, siempre la misma rutina insoslayable. Marthen le aconsejó remontar el Bjorna pero no solo. Las góticas coníferas
sobre el fiordo oteaban el perfil muchísimo más elevado que el escueto
horizonte de los hombres del barco sobre el agua. Pero lo hizo solo.
En Bergen pudo contactar a Isnilsen a quien no había visto hacía dos años,
después de lo de Tsingtao. Isnilsen todavía no lograba reponerse de esa. En aquella noche de la taberna
de Rusebrack, Isnilsen fue quien le recomendó la casa.
-Los
abedules forman pequeños bosquecitos descendiendo hacia el mar—comentó al
descuido acariciando la barba- cada amanecer el caballo negro aparece y
desaparece nervioso, inquieto como provocando. Hasta que lo atrapé. ¿Sabe cómo
hice porque era salvaje el maldito?
-No
insista. Es tema que no le interesa a la corte.
-¡No le
interesa!- pensativo Jan como si le molestara el metal entre la
piel y el cinturón se acomodó en el costado derecho, pero se dio cuenta de que
la ropa del presidio no incluía cinturón. Se pasó la mano por la cintura y
luego señalando al ventanal, agregó -Solamente a ella no la había visto nunca
antes. Tenía que marcharme. Debía marcharme.
-¿Por
qué?
-¿De
quién?
-¿Hacia
quién? -inquirieron los especialistas con no poca desconfianza.
No
recordaba si alguien estuvo allí, alguna vez, si esas voces siseando en su
partida...
-Nunca
hubo alguien-respondió. ¡Tan confuso!- Ya no distinguía si el enemigo quedaba
rezagado o se le adelantaba.
-¿Enemigo?
-¿De qué
enemigo habla?
-¿De
dónde provino el enemigo?
En su
memoria solo árboleslibrospájaroscárcelesfiordosydesiertos...
y el gerifalte. Le apuntó en un ángulo de treinta y cinco grados.
-Sus
ojos eran rojos. Ella si hubiera querido…pero no - y calló. Era concreto. Su
vivir... Pensaba que después de aquella muerte ya nada queda- Porque ¿quién es
inmortal tras unos versos toscos, mal trabados?- gritó al juez
ausente que pareció despertar- Sólo se vive a través del pensamiento
de otros que también partirían sin un mísero verso in memoriam.
¡Bah! Ilusos... ¡poema!...poemas, aspirinas para el reuma-otra vez un gran silencio.
-¿Por
qué entonces, era menester huir ese lunes?
-El
caballo, ¡el caballo!
-¿Qué
quiere decir?
- Los
ojos rojos, ¡rojos!...y eso...era insoportable!
La
llamita en el suelo, estalló iluminando, sin que Jan lo
percibiera, su melancolía de medio siglo.
Ató las
botas, cruzó el capote, lio las riendas sobre el caballo negro y
escapó hacia los pájaros.
A sus
espaldas un resplandor, no de mediodía, creció iluminando alguna nieve
rezagada.
El
cabello de Jan,
su abrigo, cada minuto se tornaron más rojizos.
¿El
atardecer?
Brusco.
Violento.
Apasionado.
Lejos de Jan, la casa, un blanco navío español
incendiado que crece en la dilatada noche de Noruega.
El
fiscal psiquíatra trató de sorprender a Jan que
estaba en su partida, con una pregunta a rajatablas:
-Y el
arma ¿De dónde consiguió su arma y donde la escondió después de todo?
-¿Arma?
¿De qué está hablando?-le gritó Jan.
Córdoba, 6 de Febrero
de l992 3:00 a.m.