1
La tarde fue escarcha. No esperaba a nadie, pero vendría; lo supe.
Ordené almohadones, encendí sahumerio de violetas.
Sus pasos resonaron en el porche.
Apagué todas las luces excepto la gran lámpara.
—No será la primera vez—me dije.
Corrí, cerré la canilla del baño que goteaba nerviosamente entonces Adagio de Albinoni inició calmo, pero resuelto.
Sus ágiles manos rozaron el picaporte en la puerta.
La abrí y algo atropellado, dije:
—Entra— y sin luna, entró la noche.
2
regresaba del mercado, con la cesta no muy llena.
Se inquietó al ver demasiada gente en su puerta y aceleró el paso
Los vecinos al verla quedaron horrorizados.
La otra mujer, vociferaba contra los paramédicos por soltarse.
Mi vecina la tocó en el hombro para ver quién era, por qué el escándalo.
-Nos llevan, nos llevan - gritó la del chaleco de fuerza.
Mi vecina, dejó caer la cesta casi vacía porque su cuerpo gritaba en la camilla.
3
Llueve intensivamente
Dos ancianos acurrucados frente al hogar en llamas.
-Quise darte hijos, no pude-musitó ella.
-También yo.
Estalló el rayo; un trueno.
-Estamos solo ¿no lo crees?
-No, mira- extendió su agenda.
Afuera, con estrépito cayó el roble en la colina
-¿Tus poesías, tus poemas?-
La anciana recostó su cabeza sobre el regazo del esposo.
El acarició sus mejillas, sus ojos. Ella sus manos.
Lejos el mar, se había apaciguado.
-Tus hijas, tus hijos... tan sólo eso pude darte
4
Es noche.
Cuando nadie ingresa al cementerio el anciano deposita en su mes final la rosa blanca.
-Perdóname-llora-¡eras tan vulnerable!-pájaros nocturnos, hacen coral en la niebla- ¡Aquella foto del aire esculpiendo tu belleza debajo del vestido! ¡Insoportable!
Boulevard Wilshire lejos, se desbocan los motores.
-Preferías los spots… el Yanquee Stadium… coquetear con la democracia… ¡Perdóname por empujarte!
Era otoño.
Ella, depositó la hoja final sobre hombros encorvados.
El, su última rosa blanca.
James-dijo llamarse-James Dougherty.
Apenas un muchacho.
5
Pero
Giulietta, hija de
don Genaro y Gianni, el adoptado, se amaron sin soberbia.
- Sábado,
festa, aniversario -sermoneó el padrino- rispeta tua famiglia, non
faltare- lo besó.
La felicidad enerva
los misterios.
Giulietta, aquieta su
corte a lo garzón sobre la camisa de batista italiana de Gianni. Engominado,
decoran “El día que me Quieras”.
-¿Vamos... la
terraza?-disimula Gianni-por la izquierda tú.
Amados por todos pero
casi hermanos.
La mafia fanfarronea
arremolinándose:
puñal de hielo en
silencio púrpura lo derriba.
6
Golondrinas
Despertó
consternado. Algo extraño, diferente, iba a suceder.
Atrás,
cuarenta años daba nombre al hijo. Nunca
más lo vería.
Al
mediodía el zonda enfogó sus arterias
¡Cuántos
de setenta cesaron en agosto!
Sin
medicamentos ese páramo lo aniquilaría.
Cinco
horas p.m: como siempre después del viento, la
armonía inexplicable.
Vértigo,
asfixia, terror cuando una garra estrujó su corazón
Se arrastró
al crepúsculo, elevó sus ojos y allí… lo inesperado:
Sobre niños y cometas las primeras golondrinas de setiembre, regresaban.
7
8
12
13.
Trimera Quincena.
14.
15.
Giraba su vértigo silencioso
OMAR ANTONIO DAGATTI GIULIANO.
Dos hermanos
El fuego del hogar, en mis pupilas refleja ansiedad mientras leo.
Sé cómo terminará.
Mi hermano mayor, él está vivo, aquí.
El estruendo
sordo.
El zarandeo.
La nube empolva
la ciudad detrás…ya vencida.
Lo escucho maldecir cuando tropieza sobre los escombros
Cruza la calle tajeada en vertebral.
Lucha con vecinos aterrados para no
soltarme.
Tembloroso, termino sus memorias.
Atardecer del 44.
Oscuridad, dolor, velas.
¿Yo? ni de dos años, cuando en
sus brazos él, me rescató del terremoto.
Dedicado a Hugo Zavalla, mi hermano mayor.
8
¿Qué hago con Yolanda?
-No sé director. La espié seis noches. Fregaba pisos,
inodoros, y después
-¡Tantos niños mueren, cada día aquí! Sanito, el de la última cama,
solamente. ¿Como médico no lo vio?
-Todo fregado, levantaba al bebé; lo acunaba, cantaba, besaba., y dormido, a
la camita.
-¿Qué hago? Ni enfermera es. ¿Saludable? El hijo de nadie.
-El suyo nació muerto; no podrá tener otro.
-Pero ¿Qué explico al Consejo?
-Sanito, por el amor de una negra… la fregona.
Viejos inuit
-Es hora,
vamos; demasiadas bocas.
-Vendrán
más-asintió ella.
-El pez
azul escaseará.
Innumerables
kayaks por el desfiladero helado en la tundra.
Amanece. Todos
se despiden. Ojos oblicuos, oscuros, sin lágrimas.
Dos esquimales
arremeten contra la borrasca.
El viento
negro, gélido tajea su perfil cuando se desmoronan al borde del abismo.
La
estrecha contra su corazón; el calor, lo saben, será innecesario.
-Es
hora-repite; apenas pupilas inquietan cejas de escarcha.
Tienen cien
años.
Mansa, la
nieve los acuna.
10
Ochenta en
Maui
Cuando Pearl Harbor tenía 7 años.
Desde el avión la isla, mujercita calipso sumergiéndose en
terciopelo azul
Rechazó circuitos convencionales; temerosa, sola, enfrentó el
ascenso.
Tras horas de marcha, la aguja Lao West protegiéndola, sobre arenas marfileñas, calas serenas cayó
extenuada
-¿Qué hago aquí?- Ella,
mujer de Chanel 5, tejida en hijos, nietos guirnalda a su garganta.
Escritora.
Ochenta, en Maui.
La Florida, 10° “C”, frente al espejo cabello lunar:
-¿Aventura? ¿Pasión?- rió estrepitosamente-no temas, recién
comienza.
Dedicado a Luisa M. F. de Puerto Rico
El asesino
Tras el hermoso terciopelo del ventanal, la viejecita,
enjoyada; regresó del servicio religioso muy tarde.
Olió. Alguien, allí. Buscó, pero no descubrió los botines que sobresalían del
cortinaje.
El arma quema. Ella cena y ora:
-Señor, tu paz, mi
paz. Si alguien me daña, perdónalo, ignora qué hace-leyó. Durmiéndose, su
respiración sosegada invitó al asesino.
Relumbra el filo en la lámpara; boca abajo, la “Santa Biblia”.
En torbellino, la oración regresó.
La navaja, “click”.
Cerró la ventana. Ella no debería pasar frío.
Maldición gitana.
¿Superaría a Pablo Casals?
Antes del concierto debía ensayar como genio.
Cuando su nieto gritó orgullosamente:
- ¡Bravo, abuelo! el teatro, de
pie, bramó en aplausos.
Después, silencio sideral.
Comenzaba Tzigane de
Ravel, cuando la vio acercarse para enredarlo entre mantilla
y pollerones, taconeando, seduciendo. En tanto, solo
danzaba para él, y él bebía gota a gota la poción de su
pecado.
No pudo más. Extasiado, demasiado adrenalina para el último solo.
Cayó, el rostro contra su violonchelo.
Dedicado a Noemí Dacunha
13.
Trimera Quincena.
Madrugada;
desmembrado abrazó el jergón, mirándola con esa pregunta en su conciencia: “¿estoy muriendo?”
Ella,
quitó botines, harapos; la toalla mojada, de siempre sobre ojos del último hijo, adolescente.
Estaba acostumbrada a consecuencias del primer cobro, para los suyos.
-¡Enfermo!-puñetazos descascararon el muro. La
madre, la mirada de siempre, ardiente, purificante, dibujó venas sudorosas,
mugre, carbón.
-No, Pascual- recordó al esposo, al
mayor, subyugados, moribundos prematuramente- ¿fábrica? ¿fragua? ¿como ellos?-besó tiernamente- no, tú no. Será tu última borrachera14.
AL
SOLTAR EL PUÑAL
-Al fin-Murmuró.
Su
sangre remó porfiada, cintura abajo.
Por
él, luces inciertas oraban mientras vientos brumosos del Plata se arremolinaron
tajantes contra él.
Un
galeno susurraba “La cachila”.
-¡Madre!- desde cristales
mutilados creyó verla extendiéndole
manos, sin aferrarlas por las suyas demasiado restringidas en tripas
resbalándose.
Dedos
en rojo moribundo, por el farol resbalaron sigilosamente.
“Nunca más mis ojos
tristes verán tu aurora” gemía la radio.
Se
arrodilló, quebrado en cruz… sobre el otro malevo, inerte.
15.
¡Bajo la cama!
-grita Estela.
Botas truenan escalones,
derrumban la puerta.
Manolito, boca abajo, manos al
pecho.
La agonía trepida en su mejilla
congelada.
-Papá enfrenta tres, mamá se
encarama a otro. Lucha mortal.
Quiere ayudar, esos uniformes le
aterran.
Manolito muerde su lengua, cubre
las orejas.
Ellos abusan.
Ensordecedoramente, fogonazos.
Con cuatro amapolas púrpura los padres se desmoronan.
-Los ojos negros de mamá me
observan, me observan… pero se escarchan ante mis pequeños anteojos sembrados
de amapolillas rojas.
16.
Giraba su vértigo silencioso
La
calesita.
Afuera
contra la baranda, la mirada del niño traspuso caballitos de madera.
Bocas feroces
subían, bajaban la dicha desde un mundo que no le perteneció.
Recordó aquel
vago susurro de lágrimas velando su sonrisa.
La
calesita giró frenética, desorientándolo.
Desde
aquel calabozo de doce años descubrió su sendero arrebatado en sangre.
La
calesita se inmovilizó esfumando sus niños.
Perplejo
supo que era otro, cuando no escuchó que le gritaban
-Vamos,
vamos-
sus padres adoptivos.
Corrí.
Moretones, rasponazos. Rostro,
uniforme denunciaban la paliza al salir del colegio.
-Los voy a matar, abuelo-lloré; me atrajo contra sí.
-¡Eres tan desafiante, tan flacucho!
-A matar los voy...
-Son superiores, muchos.
-Entonces ¿qué me queda?-enjugó mi rostro.
- Lágrimas y risas.
- Lágrimas y risas… ¿Sólo eso?
- Solo eso- su mirada sabia me tatuó el alma.
Entonces reí, reí y reí sin freno,
hasta que los ojos me impidieron verlo a través de mis lágrimas de risa.
Rumbo a.
-¿Está libre?
-Sí- contestó y Celine ocupó el asiento.
El tren, después de la invasión del 26 de agosto abandonó Gare Montparnasse rumbo a Lion.
Esvásticas tachadas.
Conversaron ágilmente.
-Tengo esposo-aclaró Celine y ambos rieron.
-¿Está libre?
-Sí- contestó y Sebastián ocupó el asiento.
El expreso después de la invasión del 12 de octubre abandonó Estación
Retiro rumbo a Rosario.
“Perón presidente”, gran letrero.
Hablaron a tientas, temerosos, casi compungidos.
-Ya no tengo esposo-aclaró
Celine entonces ambos rieron
Rosarito.
Cristian partió
al liceo, descuidando la puertecilla.
Ella remontó
disgregando oros de cielo.
Viró armónico
gorjeo hacia su pequeño señor ausente.
Cuando Lulo
saltó, Rosarito quedó en sus garras.
No es su ratón
cautivo.
Gema
ardiente, pía terciopelo ajado entre rejas.
El gato, prisionero
de la estrella que lo inspira, ni libera
ni inmola.
La tarde renació.
Cristian regresaba.
Lulo extenuado,
desamarró sus garfios, ella preludió hacia el amo.
-Rosarito, en mundo voraz ¿sobreviviría? – preguntó
Lulo con su mirada.
20.
Los gemelos.
Noche cerrada.
Espantado arrojó la camioneta al costado. Puñetazos
al volante, incrédulo.
Fer habiéndolo besado con labios ardidos, huyó
maizal adentro.
-¿Qué
carajos?-
Eric intentó serenarse.
Encaramado al capot maldijo reclamando el regreso
del hermano.
Fer se desmoronó aturdido sobre chalas viejas.
Eric buscó hasta encontrarlo.
Le apretó la garganta, sin dudar.
Una brisa sensual humedeció la llanura.
En la lágrima vacilante se reencontraron.
Sobre la camioneta huérfana, su chispazo amarillo el
semáforo, encendía… apagaba… encendía… apagaba… encendía.