martes, 4 de septiembre de 2012

EL CAMINO



EL CAMINO

Para mí, se inició en la puerta a la calle. Remontándolo, podría llegar a cualquier parte hacia dentro o hacia fuera.    Todo comenzó desde allí. Lo recorría él, mi padre a las dos de la madrugada para tomar el colectivo que lo trasladaba con otros a la Fábrica Militar de Pólvoras y Explosivos, atravesando el riel ferroviario que aun hoy existe, a pesar de que desapareció el tren.
¿Que hacia mi padre en la fábrica?
No puedo precisarlo. Jamás lo supe. Jamás hablamos. Militar, no era, al menos por el sueldo... sin embargo, siempre me pareció importante, quería mirarlo de esa forma, quería copiar de él el gigante que yo sería, aunque entre nosotros jamás existió la confidencia  más allá del medio siglo que atravesamos juntos, siempre distanciados. Quería que él fuera para mí el tipo dulce que era con los hijos de sus amigos. Sólo fue reproche, látigo, indiferencia y yo no entendía que para él la vida había sido todo eso, excepto látigo. Sus amigos le decían "Gitano"; yo no heredaría menos: deambular constantemente y el camino sería largo, pero él nunca abandonó la casa.

Su ingreso en mi habitación en varias madrugadas me despertaba, y sin moverme intuía su búsqueda a oscuras de algo en mi roperito. Entonces, en la oscuridad cómplice de niños y misterios escuchaba el consecuente "ahhh!" casi místico y el ruido al cerrar la puertita.
Fue en una de esas horas insomnes y frías. No bien escuché la llave girando en la puerta que da al camino donde él enmudecía sus pisadas me levanté  para hurgar entre la ropa que mami doblaba allí antes de planchar. Palpé algo. “Vidrio” me dije. Con un temor ancestral, inmenso para un mocoso de cinco años. Retiré con temor y ansiedad suaves. La botella. Las tres de la madrugada. Me fui sigiloso al baño y al encender la luz, ya sabía.
- Antoin, ¿qué hacés, carajo?- mami desde su dormitorio. Esperaba esa pregunta, pero también esperaba que mami no cambiara la cama por el frío; nunca supe si estaba realmente tan enferma o qué.
- ¡Ufa! ¿Ni puedo orinar ya? - grité, sabiendo que mami era cómplice de mi imaginario. Aprisioné contra mi camiseta de frisa los tres cuartos dentro de la botella. La etiqueta  "Caña de durazno LEGUI", dibujado, un caballo de carrera con su yoqui. Eso lo conocía bien  al ver a los guerreros yoquis cuando escapaba al hipódromo a unos kilómetros de casa… y de allí papi me traía a patadas, porque él era muy correcto, demasiado. También, había visto esa botella en el bar del Porteño. Entonces deletreaba el rótulo para la carcajada sin malicia de los jugadores inmersos en su universo de póquer en ese bar, el más luminoso del mundo. Reían porque para aprender a leer  deletreaba lo que viniera al caso, aunque para mis cinco años y un metro veinte aquel mostrador de mesada de acero pulido, esplendoroso, estaba demasiado alto, y la botella más, pero yo tenía buena vista.  
Quité el corcho con los dientes; me rodeó un aroma inexplicable; en nada se parecía al olor acre y triste del escusado del bar; pero sabía y no, de qué se trataba. ¿Qué se guardaba entonces en una botella? En casa, al menos, miel, vino, aceite, nafta, querosén, lavandina... papi a veces traía pólvora de la fábrica y la almacenaba en botellas a buena distancia de mi estatura conocida por aventuras y desgracias de pirómano. ¿Ácido? No, no podría ser, aunque de color similar. Él en el taller tenía varias clases y a mi no me amedrentaba el ácido, a pesar de que los del barrio me intimidaban, por envidia, con la historia de que si caía en el cuerpo de uno, se cocinaba la carne y hasta podía perder el hueso. Alguna vez lo probé aquí donde está la cicatriz sobre la muñeca derecha y no perdí nada pero la tía Rosa debió correr urgente a la calle Catamarca para ver si algún infeliz de la Asistencia Pública me hacía dejar de llorar. Después sufrir una paliza maestra y esta cicatriz que ahora casi no se ve.  
Pensé “lo de la botella no puede resultar ser algo tan peligroso al fin”. Cubrí ansioso con la palma de la mano el pico, invertí la botella. Despacio, lamí la piel. “¡Ahhh!”-igual que el papi-“¡Que dulzura! Delicioso.”
Allí inicié mi camino. No el de mi padre virtuoso. El del endemoniado alcohol. Bebí un trago. Otro. Y otro. El líquido embriagante, lujuriosamente desbordaba mi boca… porque el sabor divino en el paladar anulaba el ardor en la garganta y la conciencia… ¿qué sabía yo?
-¡Antoin!- mami otra vez; la fiaca no la había dormido  del todo.
- Ya voy, che, ya va. ¡Ni en el baño me dejás en paz!-
La investigación había durado media hora creo. Allí, sentado sobre la tapa de un inodoro helado aprendí lo mejor de mi padre: por qué jamás se acodó en un mostrador de boliche, aunque cada madrugada, creyéndome dormido, con esos tragos y su “Ahhhh!” enfrentaba al mundo y sus gélidas horas por mí, según repetía constantemente.
            Disfruté sentado en el trono de la vergüenza un rato hasta que se aclaró la visión algo. Había caído como en una carrera de embolsados pero la caña Legui estaba afianzada en mis brazos aunque lo pies esquivos… El escándalo de muchas cosas rodó.
-¿Que hacés porquería? ¿querés que me levante?- mintió mami. La pregunta me salvaba, porque al largarla ella jamás cumplía; además ser el único amante de sus óperas y esos verdes ojos de mar siciliano como ella, ella me protegía.
No obstante tuve miedo. No, por mami, no. Esa sensación gris, una manzana cubierta de escarcha, me enmudeció de culpa: desnudo, avergonzado, feliz. Había comenzado mi camino desconocido. ¿Quedaría para siempre el sabor de la culpa y el placer? Sin embargo en aquel momento supuse que si no quería que el dulce delito se hiciera manifiesto, debería arreglármelas solo. Abracé con tenacidad la botella ajena, palpando paredes, después de regresar el móvil del pecado asesino a su lugar como hacía el papi, me desplomé sobre el lecho.  

Aunque de muy pequeño estaba acostumbrado a interminables dolores de cabeza, como ella, esa mañana fue insoportable. ¡Mover los párpados era tan angustiante! ¿Cómo iba  a vivir si se me hiciera imposible leer?
- ¿Que te pasa? ¿Por que no te levantás aun?- preguntó ella- Cada mañana después de él vos sós el primero que molesta por la casa despertando a los demás. ¿Querés algo?  
- Si, vomitar- contesté. Stella corrió por una palangana.
- No me ensuciés las sábanas,  ¡porquería! si no te mato - amenazó pero matarme era su forma de balbucear amor -lo que ella nunca conoció-; y regresó la dulzura:- ¿otra de esas malditas descomposturas?
¿Debía mentir? ¿A ella?  
En cama todo el día. ¡Que bueno, no ir a la escuela! Agosto, ráfagas de hielo ardiente, los árboles en su mutismo se reclinaban a mi altura por comprenderme. Sí, afuera el viento sur, mi amado viento sur, quebraría la respiración hasta a los perros y una decorosa niebla congelaría guardapolvos, libros y tinteros mal protegidos en la "cartera del colegio" que nos pasábamos por generaciones según los centímetros que nos estirábamos. En el patio, ni a las gallinas se atrevían a cacarear. Diana la perra de cacería sería un ovillo en su casucha. Ahora comprendía por qué el papi iniciaba cada madrugada con su”Ahhh”.
Tapado hasta las orejas en la cama de dos plazas de ellos, pude escuchar la tos de algunas personas en la vereda. - Pleno agosto, pobres viejos-dijo mamá.
El doctor Blas, llegó a las diez. Me revisó
- ¿Qué tiene, doctor?- preguntó Stella, secándose con un repasador.
- Veremos, veremos... anoche ¿estuvieron de asado Stella?
- No. Con este frío ni salimos. ¿Por qué, doctor?
- No, por nada-. Blas apretaba  aquí y allá con cierto aire vengativo que no podía disimular; ¿alguna bagna cauda[1] o algo peor en lo de Silvio... mucho vino?
- No, no. Además, el chico... ¿Por qué, doctor?
- Por curiosidad, nada más-. Blas seguía tanteándome.
- Sacá, che, esas garras frías- chillé, pero él me tapó la boca con su mano con olor a alcanfor
-¿Me invitás con algo caliente, Stella?
Cuando mami fue hacia la cocina, el médico se inclinó sobre mí, me clavó sus mansos ojos de feo implacable y me preguntó apretando los dientes:
- Decime mocoso, ¿qué mierda hiciste?
- Nada, che, nada. Ufa, me duele la cabeza, me duele la cabeza -grité- apretándomela teatralmente entre ambas manos.
- Decímelo todo o empezamos con inyecciones.
- No. No, no hice nada. Me duele la cabeza, la panza, todo. Es el hígado –dije- copiando los cien argumentos de mamá y las vecinas cuando no querían salir de la cama.
- Decime, pedazo de infeliz, decime qué hiciste... si no cuando venga tu viejo, te arreglás con él-
- Él, no. El, no. Me va a agarrar a fustazos
            - Entonces hablá. ¿Te chupaste una damajuana? Tenés tanto olor a podrido en la boca, a meado. No sé cómo Stella no se dio cuenta.
-Ella no me besó hoy.
-Decime qué tragaste.
-Lo mismo que él, adentro del ropero - temblando no sé si de frío o miedo- le señalé al roperito al lado de la puerta. Me mostró la botella con los ojos grandes abiertos como un dos de oro.
-¿Esto?- remarcando con el dedo la etiqueta, la tiró apurado entre la ropa. "Infeliz, pensé, "la voy a tener que acomodar bien antes de que venga el otro”. -Pero ¿sós loco, vos? ¿Te chupaste esto? ¿Cuánto, mucho?
-Pero si él toma todas las noches a escondida cuando se va a la fábrica y no le pasa nada.
-Y claro, qué le va a pasar si toma apenas un trago y Antonio es grande, ¿cuanto tomaste?
-Y, un poco...
-Un poco. ¿Como cuánto fue ese poco?
-Un buen rato... qué sé yo, media hora, me parece. En el baño sentado en el inodoro, cuando él se fue. ¿Acaso es malo? Si fuera malo ¿por qué lo vende tanto el Porteño?, ¿no?
-Malo, bueno, malo no; solo que no es para vos, es para los grandes. ¿Cómo se te ocurrió eso?
- Y…quería saber. Él nunca me habla. No dice por qué hace cosas. Siempre me prohíbe todo y me gustó. Es muy rico.
- Que es rico, vaya si es rico, -reconoció Blas.
- Ahhh... ¿vos también tomás no?
- Eeeh... cuando era chico, no, ¡como iba a tomar eso a los cinco años! Ahora me tomo una botellita por semana, cuando hace mucho frío, como hoy; siempre llevo una.
- Una petaca, lo señalé, malicioso, con un dedo.
- Por el frío, por el frío.
- Si, por el frío, igual que él, ja.
- Pero vos, ¿por qué lo hiciste? decime.
- No sé. Hay tantas cosas que quiero hacer y él, y todos, lo único dicen es “No”. Pero él si toma cada noche, lo espío y cuando yo sea grande, vas a ver que
-¡Cuando seás grande, un corno! Si seguís con estas macanas ¡no llegás ni a los diez! La cara se le puso roja como si estuviera furioso en serio.
-¿Te enojaste, bigotudo? ¡Qué macana!
-¿Cómo, qué macana? ¿No ves que lo vas a volver loco y recién comenzaste la escuela? Vas a matar a tu madre.
-No, a ella no.
-¡Las estupideces que hacés! Ésta, la de hoy; la del ácido, el año pasado; la del poste de luz; la del incendio del taller; la fogata cuando ataron a un poste al pibe del vecino.
-Es un maricón, ese.
-Tus desapariciones, las escapadas al puente negro... sabés que podés matarte allí.
- Parece que llevás todo anotado como el almacenero...
-¡No anoto un pito! Pero cada vez que hacés una estupidez te tienen que llevar al consultorio para que te cure, mocoso infeliz.
-¡Mentira! ¡Mentira! No me llevaron un montón de veces. No me llevaron con lo de la vieja sorda, ni con la de los petardos; ni cuando quemé a mi hermana con el diario. Solamente me pegaron no me llevaron ni…
-Callate, callate. Si no cambiás te va a pasar algo feo, muy feo.           
-Callate vos. Qué sabés. Hablás igual que él... sós igual que él, ¿para eso viniste?- y le quise tirar con la almohada, pero siendo de dos plazas fue por demás larga para mis bracitos; entonces le comencé a golpear el pecho pero él me apretó en sus brazos hasta quedarme quieto. Acariciándome el pelo me dijo:
-Yo vengo a ver que te curés, te portés bien. Así no  podés seguir; sós muy chiquitito y te metés ¡ya en cada lío! Andás todo el día en la calle con esos vagos... Vas a ir a la cárcel, como la Chiva Vázquez, ¿o querés que te encierren en el colegio de cura?  ¿Eh? Mirá que él lo va a hacer si seguís así. Y lo dejé hacer, -aparte del tío Chiche, era el único varón me abrazaba con cariño y sin malas intenciones- en tanto, sentado en sus rodillas, revolvía su maletín gastado.
- ¡Aquí está, aquí está!-grité saltando en calzoncillos por la cama con su petaca de caña en alto.
- Dame eso mocoso, dame eso y me la arrancó con un gesto duro. No era un santo, pero como médico pero me tenía cariño. A veces yo inventaba estar enfermo para que alguien me llevara a su consultorio, no sé por qué o posiblemente Blas y Chiche eran los únicos lagartos adultos en quien confiaba un poco.
- El siempre me grita que me va a mandar con los curas y él nunca va a la iglesia. Dice que no cree en los curas pero que en el colegio voy a aprender mucho- retomé el tema mientras él me tapaba con las frazadas de mamá.
-¿Te parece malo eso?
-¡Qué sé yo!- repuse mientras leía la etiqueta de la frazada donde decía "Tienda Los Vascos"
- Me da miedo. Además, nunca me da plata para comprar revistas y a mí ¡me gusta leer! ¡Yo quie-ro-le-er!!!. El siempre me está hinchando "¿Leíste bastante hoy? ¿Cuánto leíste? Stella, ¿leyó éste antes de cenar? Que lea mucho a la mañana" y no necesito que me lo esté repitiendo, a mí me gusta leer. ¿Qué se cree?
-Lo hace porque sabe que sos inteligente y no quiere que terminés siendo un ladrón como tus amigos.
-Ja. Todos me dicen eso,  pero él nunca me da plata para comprar revistas y cuando yo consigo plata me pregunta a quien le afané la guita, que voy a ser un choro, que voy a terminar en la cárcel y me pega, me pega.
- Él quiere que te corrijás... que no robés
- Si yo no robo, jetón.
- La semana pasada me robaste veinte centavos en mi consultorio y ¿qué te compraste con eso? Contame.
- Bueno... primero, no robé nada, lo tomé prestado y cuando sea grande…
- ¿Que compraste? te pregunté
Metí las manos debajo del colchón.
- Mirá, bigote. Compré un Rayo Rojo, dos Pato Donald, un Misterix, tres Fantasía y [2]
-¡Che, pero te dieron un montón!
- Porque son usadas, idiota, las compré en la feria, hay que saber donde comprar y bueno, mirá, él dice “Veinte centavos es mucha plata” y se hace coser bien los bolsillos cosa que no se le caiga un centavo... pero yo no te robé, las compré para vos
-¿Y por qué las escondés debajo del colchón de ellos si no robaste?
- Bueno, porque aquí es donde él menos va a buscar y a la mami era fácil convencerla de que me las prestaron, además, ellos no entienden, ¿no te das cuenta? No entienden por qué me gusta leer.
- Me las llevo, entonces
- No, no. Yo soy un chico pobre y esos viejos que van a tu consultorio si quieren leer revistas que las paguen. Cuando fui los otros días le arranqué a un viejo de las manos un Cowboy que estaba leyendo, porque tenía mi nombre, yo te la había prestado a vos no a ellos, ¡que se compren! Además, vos no me las devolvés nunca.
-¡Pero estas las compraste con mi plata!
- Eh... si... ¡no! No es tu plata; si querés hacemos un cambio, yo te doy un Misterix y vos me das cuatro Patoruzú.
-¿Y como está ese chico?- interrumpió mami, entrando con  una taza con café.
-¿Dónde lo fuiste a buscar, mami, que tardaste tanto?- dije golpeando con el puño la mesa de luz.
-Me demoré porque no tenía café y debí ir al almacén.
- No te preocupés Stella, este mocoso...
-Y ¿esta mejor no?
- Bue, se mezcló algo de gripe, sin fiebre, los nervios, este joven es muy nervioso; eso más algo que le hizo mal al hígado, alguna comida de días anteriores... pero un día en cama algún Geniol y una taza de carqueja.
-¡No, carqueja no! ¡Es un asco, la carqueja! Viste, vos sos igual que él, sós igual que él, con tal de hacerme sufrir -gritaba yo saltando sobre la cama.
- Entonces ¿inyecciones?
-No quiero nada. No quiero nada. Andate de aquí y no volvás nunca. Andate, ¡andateeeee!
El médico largó una carcajada y me atrapó mientras yo intentaba golpearle la cabeza y mami pidiendo disculpas por todos lados, mientras le alcanzaba los lentes que habían volado contra el respaldar de pino de la cama. Cuando me cansé, el médico me tiró con fuerza contra las mantas.
- Lo único que falta es que te pongás loquito, Vinagrillo- me dijo con mansedumbre.
- ¿Por qué le dice Vinagrillo?- preguntó mamá, inocentemente.
- Bueno... eehh...  él y yo nos entendemos, contestó el médico, dándose cuenta  que había metido la pata hasta los estribos. Vinagrillo era el borracho más popular y ovacionado en la ciudad. Es un secreto entre hombres, ¿verdad pichón?
- Si mami, es un secreto, entre varones, digamos un enigma que vos nunca entenderías ¿Me vas a traer revistas, doctor? No me gusta estar en la cama. Me aburro. No me gusta estar en cama. ¡La cama es para los viejos!
El médico me dio unos caramelos Oruzú y yo un beso.
- Si se hace el mañoso dale carqueja nomás, Stella, bien livianita sí o sí- y desde la puerta agregó: Y vos, campeón te la tomás toda, ¿eh? Si no, ya sabés.
- Viste, sos un traidor, igualito a él, bigotudo, sós un traidor

            A las doce y veinticinco en punto, como siempre, llegó él.
            Me asustó la idea de que descubriera todo. Pero me calmé. Pensándolo bien, mi padre se ocupaba de la botella solamente en la oscuridad. Así ni Mandrake podría descifrar cuanto bajó el nivel desde la última vez que la levantó para darse un trago.
-  ¿Que le pasa a ése que no se levanta?- preguntó al descuido con la cara enojada de  costumbre- ¿Cuántas horas leyó?
- ¿Que sé?- respondió Stella sin mirarlo siquiera.
- Si no sabés vos que estás todo el día en la casa escuchando novelas.
- Vomitó- resumió ella - No tiene fiebre, inflamación a los intestinos no es. Tuve que llamar a Blas.
- No voy a tener que comprar toda la farmacia por éste ¿no?
- Preguntáselo  a Blas, no a mí. Es tu amigote. Cada domingo se van a cazar juntos.
- Mier...- me miró muy cerca-  Parece mal. Ni se mueve- se rió él. Yo fingía los ojos cerrados pero por debajo del brazo arqueado sobre la frente lo espiaba con desconfianza y fruncía las cejas, y arqueaba los labios hacia abajo como si estuviera sufriendo una barbaridad.
- Lo del chico no parece ser gran cosa- comentó la madre como pensando- Alguna porquería que comió en lo de Vallarino. No sé por qué lo mandás a trabajar a ese frigorífico siendo tan chico.
- Le dije mil veces al Pocholo - interrumpió - que no le deje comer nada, pero éste es un rastrillo, barre con todo lo que encuentra, sea comida o plata.
- Pero con esos dolores de cabeza- continuó ella- me parece que se está arruinado el hígado de nuevo.
- ¡Es demasiado chico- reprochó él- como para joderme ya con tus mismos problemas!
              







  Omar Dagatti Córdoba 15 de abril  de 1994 3hs.



[1] Comida del norte y sur de Italia muy caliente a base de crema de leche, ajo, picantes, etc. La mujer preparaba las demás comidas, pero la bagna cauda el principal aderezo, conservado por varios días,  era preparado solo por los varones de la familia, algo así como la exclusividad en Argentina de que el varón prepare el asado o la barbacoa.

[2] Comics para niños y adultos.de los '40/'50