LA POESÍA TIENE CARA DE MUJER
Fue una feminista antes de tiempo. Por eso la sociedad burguesa la acuso
de inmoral. Vivió con la misma
intensidad que ponía en sus versos. Intelectuales como José Ingenieros le
brindaron su amistad. Otros, como Horacio
Quiroga, se enamoraron de ella.
Al final, acosada por
la enfermedad decidió refugiarse en la inmensidad del mar.
Por Josefina Delgado[i]
M
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Había nacido en Suiza, en 1892. Su familia se encontraba allí debido a
la enfermedad nerviosa de su padre. Luego vivieron en San Juan y Rosario. San
Juan fue la libertad y la compañía de sus primos. Un día robó un libro porque
sus padres no se lo compraban y ella lo necesitaba para la escuela. Al ser
descubierta, se disculpó llorando. Sobre sus primeros años escribió:
"Crezco como un animalito, sin vigilancia, bañándome en los canales
sanjuaninos, trepándome a los membrillares, durmiendo con la cabeza entre
pámpanos".
Rosario fue otra cosa: Alfonsina sufría la pobreza de su familia —que
instaló un café suizo cerca de la estación del ferrocarril— y empezó a mentir.
Invitó a sus maestras a una quinta que no existía. Otra vez desapareció durante
un día entero y luego volvió acompañada por la niñera de una amiguita.
Los cuatro hermanos —Alfonsina era
la tercera— debían atender a los clientes y lavar platos. Ella no pudo terminar
la escuela primaria.
El padre era una carga para todos.
Cuando murió dejaron el café. Las mujeres cosían "para afuera". La
madre abrió una escuela de alumnos particulares. De esta luchadora incansable
Alfonsina heredó su temperamento y su gusto por el teatro y la música.
En 1907 llegó a Rosario
una compañía teatral, y a la madre le ofrecieron actuar en La pasión de
Jesucristo. Justo antes del estreno, se enfermó la actriz que debía interpretar
a San Juan Bautista. Alfonsina, que había observado fascinada los ensayos,
sabía de memoria todos los personajes y suplicó que la dejasen actuar. El
empresario aceptó y cuando ella pisó el escenario, supo que había llegado el día
más importante de su vida.
A los quince años salió de gira con la compañía de don José Tallaví por
el interior del país. Al recordar el episodio diría: "Era casi una niña y
pareciendo ya una mujer, la vida se me hizo insoportable. Aquel ambiente me ahogaba".
Y se volvió a Bustinza, en Santa Fe, donde su madre vivía casada con Juan
Perelli, tenedor de libros de un comercio. Allí resolvió estudiar en la Escuela
Normal Mixta de Maestros Rurales de Coronda.
Una vez, durante un acto escolar,
entonó la "Cavatina" de El barbero de Sevilla. Fue muy aplaudida y
alguna envidiosa comentó que esa chica de dieciocho años los fines de semana
cantaba en un peringundín de Rosario. Todos se escandalizaron. Alfonsina volvió
a Coronda, escribió una nota y desapareció: "Después de lo ocurrido no
tengo ánimos para seguir viviendo".
A la hora de comer hallaron el
mensaje y salieron a buscarla. La descubrieron en las barrancas. Alfonsina, ya
repuesta, simuló que todo había sido una broma, pero este juego con la vida y
la muerte marcaría su destino.
El asunto se olvidó, ella recibió su
diploma de maestra y fue a trabajar a Rosario. Allí conoció al padre de su hijo
Alejandro, un hombre de familia conocida, casado, que nunca reconocería su
paternidad. Entonces Alfonsina decidió probar suerte en Buenos Aires.
A los veinte años y madre soltera,
no le fue fácil sobrevivir. Vivía en pensiones y desempeñaba trabajos menores.
Primero fue cajera en una farmacia, luego atendió la máquina registradora de
una tienda famosa de la época. Después consiguió un puesto como encargada de
relaciones públicas de una empresa que le permitió mudarse y escribir su primer
libro, La inquietud del rosal.
Llevó a Rosario algunos ejemplares y le confesó a su madre que se habían
vendido muy pocos. "Las mujeres lo rechazan —se quejó—. Dicen que soy una
inmoral. ¡Qué hemos de hacerle! No sé escribir de otro modo."
Le mandó el libro a Leopoldo Lugones, pero él no le contestó. Cuando en
1938, con pocos meses de diferencia, los dos se suicidaron, se pensó que habían
hecho un pacto para matarse juntos.
Con José Ingenieros mantuvo una amistad que duraría hasta la muerte de
éste. Ya en Rosario, la poetisa había participado de mítines socialistas, y se
inició en la lectura de los pensadores partidarios. En 1928 recibió una medalla
en reconocimiento a su participación en el Comité de Defensa de Bélgica, ante
la invasión a este país. Algunos adjudicaron la paternidad de su hijo a Horacio
Quiroga, aunque esto es imposible, porque Alfonsina lo conoció en 1924. Él
arrastraba una trágica historia, su esposa se había suicidado poco antes. Era
hosco y reconcentrado, pero encantador. Ya había publicado sus libros más
importantes: Cuentos de la selva,
Anaconda, El desierto. Los dos participaban de reuniones donde se hablaba
de literatura, cine y música. También se divertían.
Cuenta la escritora Norah Lange
(esposa de Oliverio Girando) que una vez jugaron a las prendas. Una consistió
en que Alfonsina y Horacio besaran al mismo tiempo las caras opuestas de un
reloj de cadena, sostenido por Quiroga. Este, justo en el momento en que ella
acercaba sus labios al reloj, se lo escamoteó y todo terminó en un beso.
Así nació el amor, que se prolongó
en las tardes pasadas en la casa del uruguayo, entre pieles de víbora,
armadillos y pumas cazados y disecados por él. Darío y Eglé, los hijos de
Horacio, fueron para Alejandro Storni como hermanos. Todos iban al cine, a un
palco del Gran Splendid.
Al año siguiente Quiroga decidió
volver a Misiones y pidió a Alfonsina que lo acompañara. Ella consultó con
Quinquela Martín, su gran amigo, y éste le dijo: "¿Con ese loco?
¡No!".
Alfonsina se quedó en Buenos Aires:
ésa fue su época de brillo literario. Acababa de publicar Ocre, su libro más ambicioso, y había sido elegida como maestra de
poetas en la encuesta de la revista Nosotros.
Buscó con ahínco el hombre que la
entendiera, pero no lo encontró. Nada se sabe de sus otros amores. Ni siquiera
de ese hipotético destinatario de sus últimos versos donde dice a la nodriza:
"Si él llama nuevamente por teléfono / le dices que no insista, que he
salido..."
Luchó por una moral única para
hombres y mujeres, a través de poemas como Tú
me quieres blanca. Hay anécdotas que la muestran llena de audacia y sentido
del humor, como cuando conoció al poeta López Merino, un jovencito muy bello,
en el hall de un hotel. Cuando él le dijo "Hermosa tarde", ella
contestó: "Sí, pero para pasarla entre sábanas con su amor". O la que
registró Manuel Mujica Lainez en su Diario íntimo. "Solía visitarla en su
departamento de Córdoba y Esmeralda. Era muchísimo mayor que yo, desgreñada y
vehemente. Una admirable poetisa, sin duda, pero los matices se me escapaban.
Me escabullí de su casa, espantado, el día que quiso besarme."
Además de seguir publicando, enseñó
en el Teatro Infantil Lavardén y en la Escuela Normal de Lenguas Vivas.
Colaboraba en diarios, revistas y hacía lecturas de poesía, mientras veía
crecer a su hijo. En una playa uruguaya, adonde viajó con él, descubrió otra
vez el cáncer que la llevaría al suicidio. Ya se había operado en mayo de 1935,
y su carácter no volvió a ser el mismo de antes. Un año después se suicidó
Horacio Quiroga, enfermo del mismo mal, y Alfonsina lo despidió en un poema
estremecedor: "Morir como tú, Horacio, en tus cabales,/ y así como en tus
cuentos, no está mal; / un rayo a tiempo y se acabó la feria.../ Allá
dirán.../"
Alfonsina no quiso una segunda
operación cuya nueva mutilación la llevaría, a los cuarenta y seis años, a sentir
su cuerpo como una carga. Sus amigos la veían avejentada, presa de una
melancolía ya insalvable. La indiferencia con que fue recibido su libro Mascarilla y trébol aumentó su
depresión.
En octubre de 1938 viajó a Mar del
Plata y se alojó en un hotelito al que iba siempre, en la playa La Perla. Desde
allí escribió a Alejandro que se sentía un poco mejor. Envuelta en un poncho
catamarqueño, en la galería cuajada de flores, escribió en un cuaderno textos
que nunca se dieron a conocer.
A la mañana siguiente, cuando le
llevaron el desayuno a su cuarto, nadie contestó. Unos obreros que trabajaban
en el espigón encontraron su cuerpo en la playa. Dejó una nota a Manuel Galvez
pidiéndole protección para su hijo y otra, dicen, con letra temblorosa y tinta
roja: "Me arrojo al mar".
Su ataúd fue recibido en la estación
Constitución por los literatos más importantes de la época como Arturo
Capdevila, Enrique Banchs, Manuel Gálvez, Baldomero Fernández Moreno, Oliverio
Girando, Eduardo Mallea y Leopoldo Marechal. Cuando pasó el cortejo rumbo a la
Recoleta por la Avenida Quintana la gente tiraba flores desde los balcones.
En la sesión del 21 de noviembre de
1938, el Senado le rindió un homenaje en las palabras del senador socialista
Alfredo Palacios. "Algo anda mal en la vida de una nación cuando, en vez
de cantarla, los poetas parten voluntariamente, con un gesto de amargura y de
desdén, en medio de la glacial indiferencia del estado."
©Temas
y Fotos 1993
[i] Josefina Delgado es autora de
Alfonsina Storni. Una biografía, Editorial Planeta, 1992.