martes, 5 de febrero de 2013

PEDRITO



A Spinetta, el flaco, in memoriam

Mi viejo, flor de tipo.
A veces lo observo sin que lo note. Tiene esa mirada tan fija cuando se concentra en algo, es como si hubiese partido hacia algún lugar lejano, solo él sabe dónde está.
No es alto. Eso se hereda. Hasta ahora en la parentela, ningún gen de esos hay.
Regresa del hotel, aunque siempre muy cansado entra a casa animoso; pero algo en su rostro reclama  a la vida, y eso es indicio de que la cosa no está normal.
Después de algún beso, como si se le escapara por descuido, anda en silencio un rato. Desganado para hablar, pregunta cosas que nadie le responde, como si no estuviera. Entonces se sienta en el living y jugando con su barba leve nos mira como estando pero yo lo sé, no, no está.
- Aja - es todo, lo único que sin querer dice, al menos por unos instantes, si alguien le dirige la palabra.
Trato de entenderlo; no es fácil comprender a mi padre. Entre él y yo algunas cosas fueron sembradas, allá, muy distantes, cuando yo ni siquiera estaba en sus intenciones. Quizás cuando era niño jugando con los trompos con esa destreza que aún conserva más allá de su traje gerencial de Armani, o cuando corría por las veredas bajo el sol haciendo silbar el aro que había construido él mismo quitándole los rayos a una llanta desteñida de bicicleta, entonces debió suceder algo.
En el colegio la maestra dice eso.
-          Hoy los padres llevan una gran carga y ustedes deben comprenderlos- sin embargo
nunca me dice qué es lo que tengo que comprender. Se me arma un despelote inusual con ese asunto de comprender y termino no comprendiendo nada.
Pero nos llevamos bien, especialmente cuando, en el camping,  asoma la cabeza por encima del agujero de la carpa, ve que la del vecino está peor entonces me hace un guiño. Allí lo sé, él ha cambiado mucho y me doy cuenta y él se da cuenta de que yo me doy cuenta, porque en algunos momentos empieza a garabatear su obra preferida con tinta china y las cosas que le salen o le entran, ¡qué sé yo!...  Ahí veo que es donde mejor se mueve. Se olvida de todo lo de hoy, va hacia atrás, ayer, como sumido en la gasa de niebla de algún tren que parte hacia ninguna parte, como cuando era de mi edad, supongo.
-          A ver si dejan de hacer ruido... puta, la vez que quiero hacer algo- pero no está, no
está porque arroja todo en un cajón, y se va a caminar solo bajo el paraíso, el árbol enmarañado en flores celestes cerca de las monjas, aspira el perfume entrecerrando los ojos, como intentando retroceder más. En esa situación logra ser como él quiere ser, me parece; a mí me pasa muchas veces que no quiero ser como soy, me gustaría ser distinto aunque no la tengo clara. Me gustaría... no sé. Por ejemplo no quisiera estudiar más todo esa porquería intelectual que no me sirve para nada en el Nacional. Especialmente porque siempre tengo que laburar[1] a mami, para que me haga casi todas las tareas y además me llevo once materias a marzo, no sé para qué. Es cuando más quiero ser otro y no sé por qué uno termina siendo como todos los días. A él le pasa lo mismo, o me engaña.
Por eso, digo, en los momentitos de la tinta china o bajo el paraíso, él parece ser como quiere ser. ¿Será que lo de todos los días lo pudre como a mí lo mío? Allí, frente a mis ojos, unos trazos negros de tinta dejan salir algún antepasado con ojos en las alitas y él es otro tipo... el que más me gusta; nos sentimos en el mismo nivel. Se pone amistoso, me abraza, parecemos de la misma edad y lo que más me gusta entonces, es que no tengo que hacer ningún esfuerzo para comprenderlo, o ¿será que cuando uno deja que las personas sean como quieren ser, no es necesario toda esa pavada del comprenderlos?
Muchas veces he querido decirle, gritárselo:
-Sos mi ídolo, viejo, quiero ser como vos - y en ese momento el ocre teléfono lo llama del hotel... o cae por encanto uno de mis tíos, el Ariel.
Ahora que soy más grande comprendo-¡siempre eso de comprender!-a mi hermanita. Comprendo por qué hay tan buena relación entre mi vieja y su hermano Ariel. Todavía viven como cuando eran pibes. Hay cosas que los unen de siempre, aunque la abuela los crio sola, además entre mi tío y mi viejo las cosas van muy bien.
A veces mi viejo, fumando sus interminables Parisiennes que apestan, los mira a mami y Ariel “están locos” dice especialmente cuando se meten con la compu. Hacen unos desastres de película, pero al final terminan contentos. Yo no sé si con mi hermanita seremos iguales cuando seamos grandes como ellos.
Ariel, es de los que se hacen querer. Es buenazo pero no es ningún gil. Cuando yo era muy chico, Ariel todavía andaba en la pavada, como dicen ellos cuando uno es como quiere ser. A los dos años y medio todavía vivíamos en la casita de muchos vidrios, sin vecinos, excepto los locos del bungaló. A la tardecita nos sentábamos en la puerta y cantábamos, mi viejo con la viola “Muchacha, ojos de papel” la del flaco Spinetta o mirábamos el sol ponerse tras las montañas más allá de Villa Allende. Él, igual que ahora, de pie observaba el crepúsculo engarzado entre los cerros, se le ponía el cuello tenso con la vena casi por estallar, la piel de gallina y miraba, miraba, igual que ahora, y el atardecer que lo leía, leía a él soñando con algún cóndor en tinta china que planeaba por allí, no sé...  en esas horas vespertinas, de nuevo él estaba pero no estaba.

En la casita del sol poniente como llamábamos por tantos cristales, teníamos el Heinkel, un ratón alemán que alguna vez recuerdo supo transportarnos. Mi viejo soltaba malas palabras si querían atropellarnos cuando volábamos como águilas por la avenida Rafael Núñez en aquella escafandra del 50.  Y mi vieja, contenta, con una mano en la boca con la otra lo agarraba del brazo.
-Cuidado, Gus...- ¿o Tavo? ¿O Guti? ¿O Gusta? ¿Cómo lo llamaba? No recuerdo bien; entonces lo llamaba con sobrenombres cariñosos, ahora, Gustavo a secas. Y yo reía y saltaba porque yo era una cosita rubia, y esa burbuja una gota de cristal demasiado segura para mí que desde el asientito de atrás lo abrazaba a él rodeándole el cuello con mis bracitos y él no se enojaba, me daba besos en las manos sin distraerse y así no me atemorizaba ver por la ventanilla pasar pavorosas moles a toda velocidad porque aferrado a él, a mi viejo, nada te daba miedo.
Era la época cuando Ariel caía de repente en un jeep.
Hecho a duras penas, le daban pinta de jeep americano bien fachero, pero era de después de alguna guerra. La verdad, lo habían hecho a pulmón y otras cosas. Digo otras cosas, porque los caños los chorearon[2] de los postes de señalización de las calles. Bueno, no digo que los robaran. Jamás el viejo haría eso. Lo que sucede es que por la Rafael Núñez cada sábado a la madrugada alguno de los borrachos ricos terminan contra esos letreros. Durante todo el fin de semana quedan los caños retorcidos, abandonados, que no servirían para nada. Y bué[3]… allí aparecía tío Ariel con su hermano el ragbier concheto[4]; hacían una redada rastreando los caños como si hicieran un inventario y por la noche los retiraban para que no entorpeciera el tránsito tan compacto los fines de semana en el Cerro. Así, de a poco el jeep tomaba su pinta de tuneado[5] invencible.
Encaramados en ese meteorito, mi vieja, yo, la Umicha de pie en la caja, con Ariel o mi viejo al volante y algún otro de copiloto todos gritando la Cantata, la del flaco, descendíamos raudos y suicidas hacia la diagonal 14, olvidando por un momento la pobreza temporal y el maldito trabajo nocturno en el casino de Carlos Paz que casi mató a mi viejo.
Cuando escucho algo del Casino de Carlos Paz, algunas cosas me suenan familiares. Mi viejo no volvía del casino como vuelve hoy del hotel, no, ya cuando se iba, al atardecer, cargaba peor mufa[6] que la que hoy trae de vuelta. Al parecer viajaba en colectivo hasta la plaza, frente a la Catedral, los enlataban en otro rumbo a la Villa y regresaba casi muerto a dormir su insomnio en casa a la hora en que más le hubiera gustado quedarse en pie pintando los cerros de La Calera con el sol sobre sus espaldas.
¡Qué período ese! Pero lo superó. Es valiente.

Sin embargo hay veces que no nos entendemos.
Hace unos meses, me dije a mí mismo”le voy a dar una sorpresa”.
Siempre escuchaba que él era fana[7] del flaco Spinetta. A veces lo canta con los ojos puestos en la nada, se le pone la cara como cuando yo sueño despierto con alguna pavada. Aprovechando la moda, me propuse darle esa sorpresa, ser diferente como él hubiera hecho en la época de La Falda Rock. Lo preparé todo bien. Seguramente él vendría mufado por el trabajo y por eso que me parecía estaba pasando con mi vieja, cosas de ellos. Le iba a dar una alegría enorme. Limpié sus retratos de melena re larga, barba y bigotes manchados de Parisiennes que todavía estaban abrumados de polvo oxidado de nostalgia sobre la biblioteca donde quedaron sus longplay de Pescado Rabioso y algunos casetes de Artaux.
Cuando abrió la puerta de casa, salté gritándole:
- ¡Hola pa!- se le cayó el Parisiennes de la boca, los ojos le saltaron como en los dibujos animados. Quebró el cuello como hace cuando se pone tenso porque no entiende algo.
-¿Qué te hiciste?- preguntó, arrugando la cara como si viera un alien, sorprendido en su buena fe- ¿estás loco? ¿Qué te hiciste taradito? -
¡Era un chico! ¡Lo amaba! ¡Quería verlo feliz, siendo como él habría sido!
Esos son los instantes en la vida de pibe cuando se experimenta la incomprensión universal: un adulto no entiende tus hallazgos geniales. También me pasaba con la mami, ojo, eh. Yo que había hecho el esfuerzo por agradarle, por mostrarle que hace muy bien cuando se pone a ser como él quiere ser sin importar qué piensen los demás... jamás pensé que se escandalizaría, porque  él nunca se escandalizaba de nada…  si hasta el hijo de Spinetta tenía ese luk[8]...
Todo salió para el diablo. Me llevó él a la peluquería para que me pelaran a la bocha, como un esquinjed[9], porque el rojo remolacha con claritos amarillo patito en mi pelo, no le gustó ni medio.
Entonces, por la noche cuando intento dormirme, su rostro se me acerca y trato de entenderlo.  Especialmente si esta tarde se refugió contra el ruido o los demás dentro de su dormitorio para envolverse en su melancolía grave, ese sonido desconocido para los pibes como yo, él y su guitarra acústica.
En mi cama le pido a la mami que no me apague la luz, no porque lo negro de la noche me de miedo sino porque él, mi viejo, él continúa fluyendo hacia nosotros en un susurro casi imperceptible de “muchacha ojos de papel”. Sus canciones grabadas con tinta china negro y rojo en las cuerdas de la viola penetran en mi corazón engañoso y traicionero desde su dormitorio donde trata de ser él, no sé, no sé por qué siempre totalmente a oscuras.

LA LONJA, 9 de Julio (S.J.) 6 de Mayo de 1998 3:13:59 a




[1] Lenguaje popular. Convencer sin que la otra persona se dé cuenta, como robándole la atención.
[2] Expresión popular con el significado de “robar”
[3] Expresión popular para “bueno”
[4] Expresión vulgar para jugador de Rugby de clase alta un tanto con sentido de superioridad, aunque sea tímido.
[5] Del inglés tuned
[6] Del lunfardo para “Mal humor, bronca”
[7] Por fanático y un derivado del inglés “fan”
[8] Del inglés por “look”
[9] Del inglés por “skinhead”