miércoles, 23 de octubre de 2013

Un par de negritos… ¡Carajo!

Un par de negritos… ¡Carajo!



(Dedicado a Marcio y Leo con cariño)

-Me los cuida ¿no?, don- me recomendó María la madre. Le juré.
Solo transcurrieron quince días desde el primer contacto. 
Me había mudado a un bungaló, allá por lo de don Pío. Caminaba doscientos metros y ya me hallaba inmerso en una jungla espectacular donde vería, en dos meses más, fructificar y hartarme de moras silvestres. Lo había hecho en la alta cordillera después de las nieves en el sur de Chile, allá por los ’60. Sin embargo extasiar mi vista ante ramilletes de orquídeas amarillas pequeñas bebiendo vitalidad de troncos añosos y a veces casi podridos nunca, como en ese mi nuevo “patio trasero” de quebradas oscuras y rumorosas. Alguna vez había regalado caras orquídeas rojizas y blancas mucho más grandes compradas en una florería para Blanca, mi amor salteño imposible en Rosario. Intenté recrear para ella alguna planta de orquídeas, pero a pesar de estudios y métodos siempre fracasé. Y ahora cada mañana presenciaría el crecimiento sigiloso y constante de estos prodigios naturales.
Sin embargo a los setenta todavía me movilizaba la curiosidad infantil de descubrir algo nuevo.
Una mañana les pedí “¿Me traen leña de la selva?” Les pagué. “¿Me limpian el patio?” Les pagué. El sábado “¿me llevan a algún lugar en la montaña que conozcan?”… a tomar fotos.
Le brillaron los ojos al menor cuando con un gesto indiscutible en la mirada,
-¿Allá?- preguntó al mayor disimulando la dirección con un gesto de cabeza.
-Ajá- como jefe no supo disimular la complicidad entre ambos. Donde no se les permitiría ir jamás, por supuesto. “Lo olvidarán” pensé refugiándome en mis escritos.
Eran mis vecinos más cercanos, que se me ocurría deberían ser pobres, pero estaba equivocado.
-¿Aquí? ¿En esta selva? No, no he encontrado amigos todavía. Es más ¿te digo algo? Ese fin de semana…

Dos negritos. Hermanos. Leo de diez, serio, calmo, algo caprichoso, el nuevo Messi pero de caligrafía impecable; Marcio, doce, desafiante, revoltoso, intrépido y pésimo estudiante, según se opina, pero tengo mis reservas.
El sábado a las trece horas:
–¡Eh! Don, vamos!
– Demasiado calor, más tarde- Desde el ventanal contesto, sorprendido de que no lo hubieran olvidado..
Insisten dos horas más tarde.
– Y no se les ocurra ir al Cañón dentao– amonesta la madre–las víboras y los liones.
Suponiendo que es hacia allá donde precisamente me llevarían, les doy rienda suelta al comenzar el ascenso, el sol a nuestras espaldas. No obstante al descender por el Abrito y sus aguas crepitantes de luz, donde ya ni la mirada materna, ni de la abuela Mena, que nos saluda desde la puerta, los alcanza, giran en sentido opuesto por una cornisa, cara al sol.
Los sigo por donde me conducen. No abro yo el camino, en primer lugar porque no lo conozco. Y también un adulto al frente, siempre crea la imagen de jefe, rector, guía indiscutible reteniendo la naturaleza infantil de la búsqueda propia, personal de hacia dónde dirigirse. Van al frente, yo muy cercano, los sigo. En ese momento resurge en mi corazón con fuerte vibrar Machado: “caminante no hay camino se hace camino al andar”
¿Tiene capacidad un niño para eso? Por mi propia experiencia infantil sé que es posible cuando el niño tiene ciertas garantías. Permitiré hoy que ellos hagan creen senderos propios al andar. Mi presencia cercana a sus espaldas deberá infundirles resguardo, protección, no coartarlos, restringir su motilidad; así los veré y fotografiaré lo que no se ve, su confianza, su bravura, su miedo y su ingenuidad tan indispensables en esa edad. Tendrán a la vez en mi presencia, aunque no ven porque voy siempre detrás, la garantía de seguridad indispensable porque han experimentado más de una vez en su propia carne, supongo, la tontería entrelazada al corazón juvenil e inexperto, mas alguien advertirá el peligro antes  y eso los tranquiliza
Además, por acciones anteriores, saben que mayor libertad es la consecuencia de mayor cordura. Por lo tanto la oportunidad de la  autonomía, ser como son, hacer lo que desean superando obstáculos por su cuenta, les permitirá el actuar espontáneo. Entonces hoy, liberaré a estos niños de restricciones para que viertan su llaneza en el juego, en lo que los entretiene, transformando ese instante natural de búsqueda permanente de lo desconocido, el ansia de ¿que tras cada montaña nueva o las ya conocidas?. Es cierto;  por naturaleza está implicado el miedo, el temor a ello, y ese mismo estado de ánimo los azuza a la creatividad, a enfrentar circunstancias que ellos deberán resolver… sabiendo siempre que la seguridad les sigue. El miedo y el temor lejos de ser una debilidad, es una condición indispensable para auto protegerse sin acobardarse ante el futuro de arribar a puertos desconocidos. Es la idiosincrasia del juego: a mayor temor al riesgo mayor creación… ya gateando ha comprendido: nuevos problemas abre nuevas posibilidades y asume valor. Eso haré hoy, aunque ¿sinceramente?... no conozco los bueyes con que aro.

Al principio los muchachos conservan la distancia, física y emocional; a pesar, están conscientes de todos mis actos, desconocidos para ellos porque soy eso un desconocido con costumbres ignoradas. Por eso disfrutan presenciando espontaneidad y liberación en el mismo adulto. Si éste, desnudo de viejos prejuicios, en lo que ha sido domesticado desde el primer grado, por su modo de actuar rompe la tirantez que su simple presencia acartonada provoca en el niño por costumbre, ellos manifestarán su propia esencia. Un padre no es el amigo de su hijo, es el padre y él espera que actúe como tal. Aguarda a otros cumplir la función de amigos lo que implica independización de sentimientos y apertura a otras realidades que fuera del hogar los amigos le pueden agregar.
Entonces: no sobreactúo. Simplemente actúo con mi naturalidad diaria en lo que sé hacer, tomar foto al más despreciables árbol seco que a nadie importaría, sorprenderlos al ver a un viejo ascender a duras penas a los árboles para filmar desde una visión más panorámica y así escuchar su comentario en los ojos al arrojarme al suelo boca arriba o abajo para lograr una perspectiva diferente, rodar por la pendiente hasta llegar a una alta roca -¡maldita artrosis!- y de allí invitarlos a ver el magnífico espectáculo que solamente esa posición brinda.
-Hagan un rectángulo con sus manos. ¿Saben que es un rectángulo verdad?
-Por supuesto.
-Observen. Suelten las manos y miren. Vuelvan a formar el rectángulo. ¿Es igual lo que ahora ven?
-Bueno sí…no, no, es distinto.
-Distinto ¿Cómo?
-Como si todo lo otro se fue.
-Observen bien. ¿Hay algo que ahora ven y antes parecía que no estar allí?
-Nada- dice el menor.
-No- el mayor- ahí veo ese mololo todo cubierto de sachas secas.
-¡Y yo veo ahora una piedra manchada de rojo!-grita Leo.
-Siempre estuvieron allí, suelten las manos y vean si no están.
-¡Sí que están!
-Ahora formen el rectángulo y desde la derecha vayan girando la cabeza… ahora de arriba hacia abajo siempre muy lento-los niños lo hacen- ¿Qué han visto?
-Todo.
-¿De un solo golpe o en partecitas?
-Partecitas.
-Han estado filmando todo el paisaje antes sus ojos. Bueno eso es una perspectiva. La vida es así; pasa delante de nuestros ojos y depende de nuestra posición cómo la veremos pasar.
-¿Y eso qué quiere decir?-Pregunto Marcio.
-Ya hablaremos de eso.
Ahora la distancia es menor. ¿Cómo disminuirla? Sé que un niño jamás rechazaría una oportunidad como esta:
-¿Pueden tomarme una foto desde arriba de un árbol con ese paisaje de fondo?
-¿Nosotros?
-¿Quién más va a ser? ¿Ese gallinazo que pasa volando?-se miran como cuando un niño quiere decirle a otro sin palabras: “Está loco, pero ¡vamos!”- Miren así se hace.
El primer dispuesto es Leo.
En sus manos mi costosa y sofisticada réflex Nikon..
-Así siempre hay que llevar una cámara- le cruzo tras el cuello la correa - contra el pecho para
evitarle daño ante un tropezón o que la roce algo dañando la lente- le explico como pretexto para zamarrearle el pelo con fuerza ¿Cuánto hace que no acaricio el cabello de mi hijo?
Después le explico algo sobre el encuadre, la disposición apropiada entre las nueve cuadrículas, cómo ubicarse con relación al sol, qué es un primer plano. ¿Y cómo? ¿Y cómo? Sí ya sé, cómo disparar, aquí, aquí sencillamente primero presionás suavemente hasta que todo se vea claro, no borroso y entonces  ¡zac! a fondo y ya está la toma.
Marcio a varios metros simula desinterés hasta el momento en que se cruzan nuestras miradas. Recién en ese momento, a pesar de dos semanas de tratarnos, descubro que su ojo izquierdo tiene una leve desviación. ¿Cómo en tantos días no me he percatado de esa diferencia, apenas notable, yo que siempre miro “implacablemente” a los ojos?
Se trepa a un árbol del que cuelgan como jarcias largos bejucos.
-¡Omar!- me grita- ¡mire lo que puedo hacer!- balanceándose se suelta del bejuco y vuela atrapando en el aire otro más cercano que plasmo en muchas fotos y al fin se arroja al suelo en medio de un alarido.
“Yo también puedo”, me está diciendo. Me habla de su persona, de sus logros, pero es evidente que entre hermanos más que competir hay confabulación perfecta cuando la necesitan. ¿Podría ser que está indicándome que si se propone algo, lo consigue? ¿Intenta explicarme que no es inferior a su hermano menor, que al parecer siempre saca mejores notas? ¿O tratará de probarme que hay acciones que jamás dependen de clasificaciones?  Cada niño es un misterio, lo sé por experiencia.
-Vení-le digo. Torno a explicarle lo mismo que a Leo, incluyendo el zamarreo de su oscuro cabello.
A partir de ese momento, ambos se adueñan de la cámara; la tratan con más delicadeza que yo y terminarán logrando más de 100 exposiciones entre ambos esta tarde.
Me sorprende esa capacidad de comprensión tanto oculta como veloz, audaz. Las funciones de una cámara son en extremo complicadas, más para un niño, supongo yo, que jamás tuvo ni la más remota idea de cómo se siente una cámara entre los dedos. Utilizan mis posturas, el modo de afirmarme, notan cómo observo yo la posición de la luz, ya se corregían entre ellos en base a lo contemplado en mí. Dejo que entre ellos investiguen y se sorprendan.
-No zonzo, así no.
-Tírate al suelo.
-¿Qué sabés vos pachón?-en ese momento remonté hacia aquel primer día cuando pusieron una Leica Flex, y su lente Karl Zeiss por primera vez en mis manos. ¿”Está loco”? recuerdo que pensé a los diez años. Sentí un cosquilleo en todo el cuerpo. Un desconocido, de pronto me permite ver y crear la vida a mi antojo, interpretarla desde mi perspectiva, según lo que yo escoja. Inesperadamente vino a mi memoria aquella escena que marcaría mi pasión por la creación de vida  a través de mis propios ojos, escudriñándolo todo, al recrear en estos niños mis propios sentimientos… cuando una risa ahogada, fría y distante con su hábil navaja de jardinero rajando raja una T en mi piel desacostumbrada para ungir en ella estos dos nuevos injertos... Bajo la vista para que los niños no me vean.

Me han llevado a lugares tan elevados en la montaña, donde jamás hubiera ido solo, menos atravesando selvas… hasta el Cañón dentao. Machete para adulto en las manos, a causa de las serpientes, esos cuerpos pequeños, delgados, van haciendo camino entre los matorrales, para mí, solo deteniéndose a quitarme la cámara por un  gallinazo carroñero que vuela bajo las nubes.
Agotado yo, hambrientos ellos por una hora de ascenso continuo, nos sentamos a comer algo. He preparado sándwiches de mortadela; su madre,  una botella con tres litros de agua y limón. Muerdo mi primer sandwich descuidadamente sin prestar atención a ellos; cuando me doy cuenta de que ellos no lo hacen les pregunto por qué no comen; al extenderles la comida veo que la educación les impide servirse sin ser invitados ante una persona mayor.
El padre me ha efectuado reparaciones en el baño del bungalow, pero eran necesarios unos ajustes.
-Díganle a su papá Miguel
-No es mi papá- contestan en el acto a coro sin que yo terminara la frase-es el Talio.
-¿El qué?
-Talio.
-El esposo de mamá, ¿no?
-No-enfatiza el mayor-no están casados.
-Pero
-Es el padrastro-agregó Leo.
Hago tiempo porque no sabía como seguir sin meter la pata de nuevo y la meto al preguntar:
-¿Y va bien la cosa con el padrastro?- los niños se observan en silencio incómodo. Expresan algo entrecortado que no alcanzo a comprender por su acento local, creo; se sonríen entre ellos con una pequeña mueca. Lo han dicho todo sin decir nada. Yo conocía por experiencia ese lenguaje, solo lo he olvidado. Un niño lo dice todo, sin nada. Un niño prevé los resultados  de ser demasiado claro con el adulto, percibe las complicaciones de ser excesivamente confiado de boca, con ellos; olfatean reprimendas,  a veces hasta palizas consecuentes a su fresca sinceridad. Quizás lo haga una vez por confiar demasiado. La segunda, no; no más. En las medias palabras, los gestos abreviados a su compinche, lo expresan todo. Todo. Sin decir tanto como para involucrar un ajuste de cuentas algún día siguiente. Yo sabía muy bien eso, demasiado; sólo me faltó ese hermano menor, el cómplice indispensable ¿Cómo pude ser tan imprudente al preguntar? Sabía bien los resultados. Donde aparece un padrastro o madrastra, la existencia del niño, si ya ha pasado los cinco años puede ser traumática, no necesariamente por el adulto en sí, sino por el cambio incomprensible que significa para el niño. He conocido varios casos donde adulto presiona al niño o niña a usar “papá o “mamá”, cuando eso implica un sentimiento que no tienen. Algunos amigos tardaron diez, hasta quince años para que los jóvenes se ajustaran a la nueva presencia y jamás lograron que se les llamara papá o mamá. Los más inteligentes nunca lo pretendieron. Dentro del fabuloso mundo infantil donde no existen límites, pero las dimensiones cercanas se acortan, se encasillan en los únicos sentimientos acostumbrados su carecen de preparación para cambios tan sorprendentes. Los amigos que han logrado una vida “normal” son los que no han forzado jamás las circunstancias, sino que han acomodado su vida a ello, porque en síntesis no es el niño o la niña quien ha optado por esa decisión, es el adulto. Preparado o no debe encarar su responsabilidad por su decisión porque es el amor, el afecto y el respeto al niño, propio o ajeno, lo que prima, no la nueva unión, porque ésta durante años dependerá de la maestría en manifestar tales sentimientos.
Ante la reacción de los niños cambio de tema.
- ¿Qué tendrán que estudiar esta noche?
-Sociales- responde Marcio.
-¿Qué es “sociales”?
-No sé.
-¿Cómo “no sé”? ¿No te han enseñado de eso?
- Nada.
-Dime “NoNada”- comprendo que esa será la única respuesta que obtendré cuando le pregunte a “NoNada” sobre sus materias escolares y no intento moralizarlo ni adoctrinarlo cuando le pregunto- ¿Cómo harás cuando tengas una evaluación?
-Está en el libro. Voy a hacer un machete.
-Nunca tuve que hacer eso- y comienzo a contarles un “cuento” sobre mi infancia y los estudios. De tanto en tanto se miran entre ellos y echan afuera una risita un tanto burlesca pero he captado el interés de ellos, especialmente al ser franco sobre mis rebeldía constante y las consecuentes palizas, a pesar de las mejores notas.
-Vos sos rebelde también-señalo a Marcio que grita
-¡Siiiií!
Comprendo que la tan mentada rebeldía en los niños, no es sino otra manifestación de crear, construir; es un sentimiento punzante como espolón de avispa que lo lleva no necesariamente a la oposición, al rechazo, sino a la búsqueda de su propia identidad, única, personalísima que lo identifique como un ser vital, no un ente domesticable más allá de lo que él anhela. Él mismo tiene ese derecho y está consciente cuando ve al adulto actuar a voluntad, y él mismo puede lograr eso, puede aprender a disciplinarse, establecer sus propios límites dentro de los cuales moverse organizadamente en base a su conciencia natural.

Hacia el atardecer llegamos a la cima. Dos horas difíciles con estos guerreros implacables.
Tomamos fotos por todos los ángulos de un paisaje inmemorable. Estoy satisfecho en especial porque ya no hay la más mínima distancia entre nosotros: cada uno sabe del otro lo que quiere. En especial lo de la rebeldía nos identifica, nos une lo suficiente como para aceptar una mano cuando te la tienden. Así lo hemos comprendido los tres.
En un momento dado les digo:
-Párense frente a mí. Más cerca entre ustedes. Más, más cerca- hacen gestos algo negativos- Mírense a los ojos- se miran, se ríen,  se esquivan rápidamente como avergonzados- Vamos, mírense de frente, más cerca. ¿De qué color son los ojos?- giran sus caritas en direcciones diferentes, esquivando la mirada del hermano- Vamos, Leo ¿de qué color son los de Marcio?- Leo miró a Marcio sin levantar la cabeza.
-Negros.
-¿Bien negros?
-Requete-negros.
-Y los de Leo ¿cómo son Marcio?
-Puta, don Omar, ¿por qué hace eso?
-¡Esa boca! No me mirés a mí, a él miralo-
Marcio inclina la cabeza y observa al más pequeño que se muerde los labios por la risa.
-Oscuros, son oscuros.
-¿Muy oscuros?
-No tanto.
-¿Como qué tanto? ¿como la noche o como la madera?
-Madera.
-Y cuales son mejores, ¿los tuyos o los de él?
-Ninguno es mejor- salta Leo-ninguno es mejor.
-¿No?-pregunta el de ojos negros.
-No, ninguno-contesto- solo son diferentes. Ahora la foto juntos- les tomo seis-  Abrácense como hermanos- agrego.
-Pucha don Omar, no, no-responde el mayor y se aparta dos metros.
-Vení-le digo; a regañadientes se acerca. Lo abrazo. El cuerpo se resiste un poco, pero no del todo - Vení, Leo - se acerca sin miedo y los abrazo juntos - ¿Es tan feo sentirse abrazado? - Los muchachos bajan la cabeza sin respuesta.Los aprieto más fuerte-¿Es tan feo sentirse abrazado?-insisto.
-No- susurra Leo.
-¿Marcio?
Me mira a con fijeza. Sus dos ojos estaban rectos, no uno fijo y el otro algo desviado. ¿Qué hacía enfocar distinto a veces ese otro ojo? Él no contesta con una palabra solamente larga un respiro muy profundo.
-Miren. No van a andar por ahí buscando que cualquiera los abrace. Pero entre hijos, padres, hermanos hay que aprender a abrazarse. Eso cura; cura cuando uno está enfermo, dolido o a veces se siente despreciado. Un abrazo es medicina, a veces mejor que tener que ir a un médico. Las personas han perdido esa costumbre, por eso hay tanta maldad, delincuencia y falta de cariño. Si los papás y abuelos abrazaran a sus niños, los hijos nunca querrían abandonar sus hogares y todos se sentirían más seguros. A ustedes ¿nunca los abrazan?
Bajan sus cabezas.
-A veces mamá- dice Leo.
-A veces ¿cuándo?-pregunta Marcio.
-Bueno ahora cuando vuelvan a la casa, abrácenla, a su hermanita también.
-Pero esa es hija de él-protesta Marcio.
-Es hija de tu mamá; es tu hermanita ¿no?- y se abrazan creo que por primera vez y les tomo un montón de instantáneas.
Se está haciendo tarde. Nos sentamos Marcio y yo en una roca, con el paisaje soberbio al frente,  el precipicio del dentao a los pies. Abrazo a Marcio. De atrás nos fotografía Leo.
Hacemos lo mismo con él. Marcio capta las últimas positivas de esta tarde frente al universo.

Me arrojo al suelo para descansar antes del descenso y al parecer me quedo dormido.
Cuando despierto falta media hora para que el sol se esconda tras el Cerro Bravo.
Los muchachos no están. Los busco, mas no los veo. Comienzo a llamarlos despacio. No escucho respuesta alguna. Llamo más y más fuerte. Solo responde el silencio quieto mientras observo el cementerio ochocientos metros más abajo.
Entonces los llamo a gritos. Nada.
Inicio la búsqueda por todas partes. Solamente matorral hirsuto y arbustos pesados. Trepo con extremo cuidado a un lapacho amarillo. No veo nadie y tampoco respuesta a mis gritos.
Comienzo a asustarme, no por mí… bueno si un poco por mí, porque no conozco el camino de regreso; guiado por ellos ni presté atención por donde veníamos, pero más preocupado estoy por ellos. “Me los cuida ¿no?” me resuenan las palabras de su madre.
La zona es muy difícil, en parte, senderos estrechos de cornisa, profundas cañadas donde todavía no ha comenzado a correr el agua de las lluvias y las víboras. ¿Qué ha pasado con estos niños? Desciendo del lapacho y corro entre los matorrales según puedo en su busca.
-¿Cómo he podido descuidarme un minuto? Estúpido viejo ¿por qué te dormiste?-me increpo a los gritos- ¿Y si ha sucedido algo terrible como expreso eso a su madre. Lo juraste, imbécil.-comienzo a desesperarme- ¿Dónde quedó tu sabiduría? ¿Dónde tu perspicacia? Estúpido- suponiendo que pueden haber descendido por otro lado avanzo en medio de arbustos espinosos y árboles macizos hasta llegar de pronto a un espacio algo amplio y llano. El sol ya está por deslizarse detrás del Bravo entonces cuando me propongo avanzar más allá del claro, algo me lo impide.
Escucho el gruñido ahogado tras la maleza que se prolonga un momento. Algo mueve el matorral frente a mí pero no hay viento. Nuevamente el gruñido prolongado más intenso. Como una luz aparece en mi memoria Esquel, la finca de Nores Martínez, el que produjo la raza  del dogo argentino y su puma que andaba suelto pero al acercarse a su territorio personal emitía el mismo rugido ahogado, preventivo. Sé que si es lo que creo, lo peor que puedo hacer es salir corriendo: Un salto, un zarpazo y adiós. El gruñido suena más profundo a ras de tierra lo que lo hace más audible en todas las direcciones..
-¿Qué hago? ¿Qué hago?- nunca necesité pedirle nada a Dios pero en este momento casi que tengo ganas. Los niños ¿Qué habrá pasado con ellos? ¿Qué habrá pasado? ¿Estarán camino a su casa? Yo, ya no importo… ¿pero ellos? En ese instante ante el matorral que se agita más comienzo a paso de hormiga a retroceder hacia atrás. Así la bestia no se excitará en mi contra. Si me alejo de sus límites no se sentirá ni amenazada…¡Ay!…si el lente de la cámara se refleja por la luz se verá provocada… aquí vienen monteros con escopetas y rifles contra los pumas por el ganado desparecido. Intento cubrir el lente pero no localizo la tapa. El solo gesto de revisar mis bolsillos puede ser… retrocedo pie por pie.Uno… dos…tres…-¿Y los niños? ¿Qué sucedió con ellos?- El gruñir se hace más ronco y amenazante. Cuatro… cinco… Más intenso, como si fueran más bestias… seis…si…cuando mi pie atrás tropieza con una piedra, caigo de espaldas.
En mis orejas sin ver, la maleza se estremece de golpe en un estallar de ramaje quebrado, en un bramido sin remedio… cuando el sol ahora detrás del Bravo extiende su arco de rayos infinitos frente a mis pupilas salta sobre mí arremolinado en un alarido de carcajadas un par de negritos.
¡Carajo!