lunes, 14 de enero de 2013

JAN



-Me   pareció que   días   antes,   hubo    alguien...sin precisar...
-Algo, ¿cosa? ¿Persona? ¿Animal? o solamente...
-Solamente eso.
-La cuestión que...
-¡Esperen, esperen! ¡Déjenlo!-gritó el forense, psiquíatra en el Hospital de Oslo, tratando de no confundir a Jan; en fin de cuentas nadie podía asegurar que hubiera sido él.
-La cuestión es que cuando escuchaste afuera los aletazos terribles, saltaste los escalones
-Corriste.
-¿Corriste?
-¡Corriiiiste! 
-Algo en la atmósfera amenazaba viajar sin mí...como te decía. 
-¿Vociferaste?
-Maldije esa casa a mis espaldas.  Encendí los compresores,  el gas, corté el amarradero por la derecha,  luego el  tercero...entonces el último y remonté el aparato "en un  chasquido  de lienzos  encendidos,  hinchados  que terminan  en  el  vuelo  no visto".
-¿Y el arma?
-¿Entonces?
- De   esa   casa   del   campo,    ¿tenía   que marcharse?
-¿Estuvo solo? 
La casa blanca anclada en la luminosa pradera de Noruega donde Jan se aferró a aquellos árboles, su plateado murallón. El sol al coagularse cada amanecer en el porche para mirar a Jan, vigilaba a los pájaros. De tan inofensivo Jan era pájaro, entrampado como años atrás en la misteriosa asfixia de la tundra.
-Queda poco tiempo ¡Ya vienen! y, 
¡Hay tantas cosas!
¡Qué oscuro!
- Lo que pasó es que, estaba observando a un gerifalte, un halcón ¿me entiende? Falte es la fonética latina de falke, halcón para la etimología germánica.
-Sí, sí, ¡por favor!
-Por favor, deje su fonética para otra corte.
-¿Sabe que eran los preferidos de la cetrería? ¿No?  Raro.  Le digo, habitan en acantilados rocosos...desconozco por qué ¡allí! en esa pequeña ondulación hacia el mar estaba él. Ya había visto a otros en Vatna Jokull de tonos bien claros, casi blancos estriados de negro,
-¡Por favor!
-Color idóneo en la zona nórdica; pero éste se entretenía en dar caza a las aves marinas; era gris oscuro. ¡No podía ser, allí a decenas de millas al sur del círculo ártico!
-Deje los detalles. Deje.
-¿Cuando fue?
-Abril o mayo de esa...-Jan se perdió con la vista en el resplandor oblicuo que lo curioseaba por las ventanas del oeste. Los marcos de madera para los vidrios, a contraluz le recordaron barrotes- abril, mayo más o menos...estaba muy confiado, sedentario.
-¿Ud.? ¿Por qué?-los profesionales, abombados, aburridos por ese extraño animal se removieron en sus altos sillones de terciopelo verde como si una sombra gris les impidiese estar erguidos solemnemente.
-No, yo no, él, el gerifalte-señaló el techo-Cuando, perezoso, remontó vuelo…- Jan se irguió y corrió entre los pupitres de los profesionales en frente planeando con sus brazos como si fuese un ave o un chiquillo.
-¡Compórtese!  Que los guardias ordenen a este- El golpe del martillo en el estrado despertó paralizando a Jan. Dos guardias de azul con botones plateados lo llevaron a empellones contra el asiento.
- Lo seguí con la vista y de pronto allá me pareció verla por primera vez
-¿A quién?
-¿Qué cosa vio?
-Cosa no- recalcó Jan- a ella, en el árbol, como una lechuza de Tengmalm.
-Abril o mayo, ¿Por qué tan seguro?
-Porque escapé.
No pensó qué llevar. ¡Tanto y tan viejo todo!  Marcos en las paredes aguardando fotografías alguna vez admiradas. Tan solo la figura de aquel retrato, la mujer acurrucada contra el Ayuntamiento en Dresde, radiante, aún para esa imagen gastada en el ocre de los años veinte.
Lámparas apagadas.
El trozo final de leña se desmoronó   provocando nubecitas de ceniza y alguna chispilla humeante en la alfombra inició su música vertical sobre el piso de madera.
-Usted la asesinó
-¿A qué? No. ¡No fue el miedo! La amé siempre. Estaba allí, la vi por primera vez y sentí ¡qué sé yo qué! Solamente sé que no estuvo nunca antes...y ¡esos ojos!
-¿Eran muy bellos?
-¡Rojos! Eran rojos y fue la última vez que relinchó el caballo negro en el establo.
El ruido de una puerta de hierro, arrastrándose sobre su marco produjo un chillido. Distrajo a Jan. La luz desbordaba en el cabello y la barba amarillentos, parecía un santo, el icono contra el vitrau que no pudieron robar en Bucarest, y la sombra extraña resaltaba el color de sus ojos. Comenzó a acariciar con la mano izquierda, como si fuera el cabello de alguien presente, la pelliza desteñida de carnero que le cubría del frío en tanto con la derecha se cerraba el cuello del uniforme del presidio.
 -Un momento, espere...espere.  Usted dice que
-No, no podía esperar la
-Dice que fue la primera vez que la vio, entonces huyó. Pero después dice que desde aquel día que le pareció ser el último, en los días siguientes no vio más al caballo negro, ¿qué quiere decir? ¡Es tan confuso todo!
-Tenía los ojos rojos, ¡rojos!...y eso... ¡era insoportable!- Jan caminó fácilmente hacia la oscuridad. Veía a través de ella. Vivía en ella -Terminar, le dije. Todo será diferente.
Poco conocía de la marea en que ingresaba. Lo más parecido, amnesia.
Adelantándose en las tinieblas un árbol se irguió hacia él, más negro que todo lo demás. 
Se estiró al  pie, exhausto... sin  hojas, las  ramas  partían desde el núcleo  ubicado  en   sus ojos, hacia  mil  senderos  lineales, retorcidos...hacia  donde él mirase suspendido por hilos invisibles, con las alas extendidas, el gerifalte. En una rama inferior los ojos encendidos de las lechuzas lo alumbraban con aburrimiento. La dureza del metal entre su piel y el cinturón le produjo un dolor cuando posó su espalda contra la base del tronco. Él era la raíz, remando hacia el abismo, donde habría un destello. Estaba seguro, como siempre el destello aparecería.
Observó al juez y a los otros letrados. Lo miraban con sus ojos rojos, agudos, centelleantes. Irritado, penetró en un cubo transitando senderos sin habitantes. Desde hacía diez horas… ¿o diez años cuando decidió marcharse?
-Se marchó ¿Por qué escapó?
-¿Escapar? ¿De qué? ¿Hacia dónde?- pero sucedió como siempre: una ramita cruje inesperadamente, quiebra la calma, transita en su cerebro y él se marcha por senderos inconclusos.  ¿No le había sucedido en Buenos Aires en la pensión del callejón sin salida frente al Kavanagh? ¿O en la mohosa habitación desde donde sólo divisaba, agua, agua, agua por todos lados hasta desleír los cimientos del caserío de colorinches en Ámsterdam? ¿Y en el suburbio al este en Esbjerg? Nunca era lo que buscaba.
En Oslo aguantó dos días. Prosiguió el viaje a Kristiansand donde se encontró con Marthen Knudd, siempre la misma rutina insoslayable. Marthen le aconsejó remontar el Bjorna pero no solo. Las góticas coníferas sobre el fiordo oteaban el perfil muchísimo más elevado que el escueto horizonte de los hombres del barco sobre el agua. Pero lo hizo solo.
En Bergen pudo contactar a Isnilsen a quien no había visto hacía dos años, después de lo de Tsingtao. Isnilsen todavía no lograba reponerse de esa. En aquella noche de la taberna de Rusebrack, Isnilsen fue quien le recomendó la casa.
-Los abedules forman pequeños bosquecitos descendiendo hacia el mar—comentó al descuido acariciando la barba- cada amanecer el caballo negro aparece y desaparece nervioso, inquieto como provocando. Hasta que lo atrapé. ¿Sabe cómo hice porque era salvaje el maldito?
-No insista. Es tema que no le interesa a la corte.
-¡No le interesa!- pensativo Jan como si le molestara el metal entre la piel y el cinturón se acomodó en el costado derecho, pero se dio cuenta de que la ropa del presidio no incluía cinturón. Se pasó la mano por la cintura y luego señalando al ventanal, agregó -Solamente a ella no la había visto nunca antes. Tenía que marcharme.  Debía marcharme.
-¿Por qué?
-¿De quién?
-¿Hacia quién? -inquirieron los especialistas con no poca desconfianza.
No recordaba si alguien estuvo allí, alguna vez, si esas voces siseando en su partida...
-Nunca hubo alguien-respondió. ¡Tan confuso!- Ya no distinguía si el enemigo quedaba rezagado o se le adelantaba.
-¿Enemigo?
-¿De qué enemigo habla?
-¿De dónde provino el enemigo?
En su memoria solo árboleslibrospájaroscárcelesfiordosydesiertos... y el gerifalte. Le apuntó en un ángulo de treinta y cinco grados.
-Sus ojos eran rojos. Ella si hubiera querido…pero no - y calló. Era concreto. Su vivir... Pensaba que después de aquella muerte ya nada queda- Porque ¿quién es inmortal tras unos versos toscos, mal trabados?- gritó al juez ausente que pareció despertar- Sólo se vive a través del pensamiento de otros que también partirían sin un mísero verso in memoriam. ¡Bah!  Ilusos... ¡poema!...poemas, aspirinas para el reuma-otra vez un gran silencio.
-¿Por qué entonces, era menester huir ese lunes?
-El caballo, ¡el caballo!
-¿Qué quiere decir?
- Los ojos rojos, ¡rojos!...y eso...era insoportable!
La llamita en el suelo, estalló iluminando, sin que Jan lo percibiera, su melancolía de medio siglo. 
Ató las botas, cruzó el capote, lio las riendas sobre el caballo negro y escapó hacia los pájaros.
A sus espaldas un resplandor, no de mediodía, creció iluminando alguna nieve rezagada.
El cabello de Jan, su abrigo, cada minuto se tornaron más rojizos.
¿El atardecer?
Brusco.
Violento.                                                                                                     
Apasionado.
Lejos de Jan, la casa, un blanco navío español incendiado que crece en la dilatada noche de Noruega.
El fiscal psiquíatra trató de sorprender a Jan que estaba en su partida, con una pregunta a rajatablas:
-Y el arma ¿De dónde consiguió su arma y donde la escondió después de todo?
-¿Arma? ¿De qué está hablando?-le gritó Jan.



Córdoba, 6 de Febrero de l992 3:00 a.m.



 Garçon
 (o memorias de un caballo)

El niño, impertinente, saltó sobre mi lomo.
Renuncié a mis corcovos.
Era un niño.
Ajustó las patitas queriendo abrazarme en su horqueta vertical y huimos hacia el Arroyo Cabral donde los juncos cuelgan sus jarcias.
-¡Soy El Zorro! ¡El Zorro!-gritaba y yo, bronco, lo conduje por el barranco espantando liebres y perdices.
-¡Soy El Zorro!- y enterró su espada vegetal en la corteza del viejo ombú, los sus brazos columpiándose en el aire.
Lo conduje hacia las acacias.
Estiré mis patas. Recorrí el espinazo en las gramíneas.
Al dormirme yo, se durmió contra mi sudor.
Desperté, cuando lo despedían en el tren para la Universidad y no lo vi más.
-¿Quién da más por este buen frisón? ¿Quién da más?
El gallego Soler ganaba mucho en el hipódromo, más en las cuadreras… y me fui con él.
Yo no servía para correr, ¡sí que para el arado! Y el gallego no perdió el tiempo.
-¿Mé va’presta’l Garzón?- preguntaban gringos o criollos.
Así pasé de mano en mano. De chacra en chacra. De otoño en otoño.
Hasta que apareció el inglés de los huesos, le decían. No sé por qué.
Y por cien pesos le hice un hijo a la Luz Mala, esa maldita yegua que me pateó hasta las verijas, primero.
Era tan bonito mi potrillo…
Pero después vino otra, otra, otra, siempre por cien pesos… y me olvidé de que yo cada vez quedaba más solo que sombrero olvidado.
Hasta que no di más y ahora,
Muerdo cuero y hierro, no obstante explote mi pecho.
Alguien arremete desde atrás con fuerza.
¡Formidable!
No creo en el destino, sí en mi historia de caballo
A pesar de todo sigo traspirando hacia delante, la boca sangrante.
Agotado sí, el corazón, se alboroza aunque sea para morder y repechar sin dientes.
Hay instantes cuando me retobo hacia la derecha o la izquierda
mas sigo atropellando piedras que al pasar entibia mi saliva.
Apenas veo el cielo sobre mí cuando el cuero-hierro lacerante
arquea mi cabeza más allá de la porfía.
Y esa sola vista, basta.
Porque él me dice:
-“¡ARA!, carajo, ARA” - aunque nada sientas lo compense.- ¡ARA! Ya te recomprarán mañana.
Y así vino la oscuridad siendo día aun.
Mi cuerpo cansino ya ni se endereza.
Ni me restriego en las gramíneas.
Ni insisten con el apero.
Ni asusto siquiera a una perdiz.
De mi ya ni se acuerdan. Que ni para arar me necesitan
Es noche.
Mi noche.
Alguien se acerca.
Mi cabeza solamente se empecina por negarse.
Hace tanto tiempo. ¡Tanto!
Pero no le tengo miedo a esa bruja.
Está encima de mi cuerpo, lo siento, encima.
Me retobo. Aunque no puedo, no puedo. Solo agito mi cabeza.
¿Quién es? ¿Quién es?
Y pone una manzana entre mis belfos.
Se recuesta sobre mi sudor de espanto y calmo al oído:
-Soy El Zorro-me dice- El Zorro.

OMAR ANTONIO DAGATTI