lunes, 14 de enero de 2013



 Garçon
 (o memorias de un caballo)

El niño, impertinente, saltó sobre mi lomo.
Renuncié a mis corcovos.
Era un niño.
Ajustó las patitas queriendo abrazarme en su horqueta vertical y huimos hacia el Arroyo Cabral donde los juncos cuelgan sus jarcias.
-¡Soy El Zorro! ¡El Zorro!-gritaba y yo, bronco, lo conduje por el barranco espantando liebres y perdices.
-¡Soy El Zorro!- y enterró su espada vegetal en la corteza del viejo ombú, los sus brazos columpiándose en el aire.
Lo conduje hacia las acacias.
Estiré mis patas. Recorrí el espinazo en las gramíneas.
Al dormirme yo, se durmió contra mi sudor.
Desperté, cuando lo despedían en el tren para la Universidad y no lo vi más.
-¿Quién da más por este buen frisón? ¿Quién da más?
El gallego Soler ganaba mucho en el hipódromo, más en las cuadreras… y me fui con él.
Yo no servía para correr, ¡sí que para el arado! Y el gallego no perdió el tiempo.
-¿Mé va’presta’l Garzón?- preguntaban gringos o criollos.
Así pasé de mano en mano. De chacra en chacra. De otoño en otoño.
Hasta que apareció el inglés de los huesos, le decían. No sé por qué.
Y por cien pesos le hice un hijo a la Luz Mala, esa maldita yegua que me pateó hasta las verijas, primero.
Era tan bonito mi potrillo…
Pero después vino otra, otra, otra, siempre por cien pesos… y me olvidé de que yo cada vez quedaba más solo que sombrero olvidado.
Hasta que no di más y ahora,
Muerdo cuero y hierro, no obstante explote mi pecho.
Alguien arremete desde atrás con fuerza.
¡Formidable!
No creo en el destino, sí en mi historia de caballo
A pesar de todo sigo traspirando hacia delante, la boca sangrante.
Agotado sí, el corazón, se alboroza aunque sea para morder y repechar sin dientes.
Hay instantes cuando me retobo hacia la derecha o la izquierda
mas sigo atropellando piedras que al pasar entibia mi saliva.
Apenas veo el cielo sobre mí cuando el cuero-hierro lacerante
arquea mi cabeza más allá de la porfía.
Y esa sola vista, basta.
Porque él me dice:
-“¡ARA!, carajo, ARA” - aunque nada sientas lo compense.- ¡ARA! Ya te recomprarán mañana.
Y así vino la oscuridad siendo día aun.
Mi cuerpo cansino ya ni se endereza.
Ni me restriego en las gramíneas.
Ni insisten con el apero.
Ni asusto siquiera a una perdiz.
De mi ya ni se acuerdan. Que ni para arar me necesitan
Es noche.
Mi noche.
Alguien se acerca.
Mi cabeza solamente se empecina por negarse.
Hace tanto tiempo. ¡Tanto!
Pero no le tengo miedo a esa bruja.
Está encima de mi cuerpo, lo siento, encima.
Me retobo. Aunque no puedo, no puedo. Solo agito mi cabeza.
¿Quién es? ¿Quién es?
Y pone una manzana entre mis belfos.
Se recuesta sobre mi sudor de espanto y calmo al oído:
-Soy El Zorro-me dice- El Zorro.

OMAR ANTONIO DAGATTI

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