sábado, 21 de mayo de 2016

UMBERTO ECO – Entre Borges y Batman

Umberto ECO – Entre Borges y Batman

(Por: Felipe Fernádez)



Desde el vestíbulo se percibe el olor a libros. Miles de ellos. "Pero aquí no están los veinte mil - dice Umberto Eco -La mayoría está en mi casa de descanso y el resto en un depósito, en la Universidad de Bolonia. En alguno de esos lugares está el libro que necesito, sobre todo cuando no estoy allí".
En su casa de Milán, junto a los libros conviven llamativos y ordinarios objetos pop de acrílico y unas caricaturas en las que Eco se transforma, paso a paso, en el Ratón Mickey, Tribilín (alias Dippy) y el Pato Donald. "El artista es un estudiante explica el profesor. Al parecer no le interesaban demasiado mis clases de semiótica."
En un rincón alejado hay un armario repleto de libros. "Son obras mías o trabajos sobre mí confiesa. Naturalmente, la mayoría son traducciones de El nombre de la rosa” ‘Muestra una traducción rusa de aquella novela y un librito cuya escritura pertenece al Lejano Oriente. Sólo puede descifrarse el nombre de Humberto Eco, estampado en letras latinas. '' Creo que es coreano dice, pero no tengo la menor idea de qué se trata."
Este señor panzón de 58 años, con barba y anteojos de intelectual, reconoce que es vanidoso. "Si nueve críticos alaban una de mis novelas y el décimo no, yo sufro. Renunciaría con gusto a las nueve críticas positivas a cambio de que el décimo me elogie."
Pero no hay que tomar en serio sus opiniones. Le encanta desorientar al público. Ante un millar de libreros norteamericanos reunidos para un congreso en el hotel Hilton, en Washington, declaró con absoluta seriedad: "Escribí mi primera novela para mil lectores. He decidido que a la segunda la leerán quinientos".
No es que desprecie el éxito, más bien se ríe de él, pero sabe cómo aprovecharlo. Por ejemplo, al reunir en un teatro a seiscientas personas dispuestas a pagar treinta dólares cada una para escucharlo leer El péndulo de Foucault. Lo que no quita que les advierta de entrada: "Espero que nadie haya abierto mi novela. Hay que leer los libros mucho después de su aparición. Es lo que hacemos con los de Homero. Así uno estará seguro de su valor y, además, se salvará de leer a varios escritores mediocres".
            Hasta ahora Umberto Eco tuvo a la mayoría de su lado. Sus estudiantes, en la Universidad de Bolonia, aprecian su ingenio y simpatía. Los lectores del semanario político L'Espresso festejan su columna satírica. Los colegas lingüistas y filósofos admiran su capacidad para escribir obras científicas.
Gusta a los izquierdistas porque, de algún modo, es uno de ellos, claro que sin catecismo partidario. Y también, pero mesuradamente, lo quiere la derecha, porque siempre se puede hablar razonablemente con él.
Hasta 1981 el apellido de este piamontés con veinte años de docente era conocido solamente en los círculos intelectuales. El nombre de la rosa representó la demolición de la torre de marfil de la sabiduría y su incursión en el campo de los bestsellers. Fue traducida a todos los idiomas y hasta ahora lleva vendidos ocho millones de ejemplares. En sus páginas se mezclan un émulo de Sherlock Holmes, el Apocalipsis de San Juan, la Poética de Aristóteles, la ceguera de Jorge Luis Borges, las Brigadas Rojas y la homosexualidad en los claustros medievales, todo de manera entretenida y erudita.
Desde ese éxito sorprendente, los editores de libros esperaron con ansias la próxima novela de Eco. "Escribirla fue un sufrimiento recuerda él. Debía demostrar que mi primera y única obra no había sido un accidente. Me divertí mucho elaborando El nombre de la rosa, no me sentía responsable de nada. Con El péndulo... en cambio, arriesgaba mi reputación."
El parto tardó siete años. Por fin, en octubre de 1988 apareció El péndulo de Foucault en Italia y en unos meses vendió quinientos mil ejemplares. "Eso no es indicio de calidad reconoce. También se podría haber vendido la guía telefónica en caso de que yo fuera el autor."

La segunda novela, sin embargo, es de comprensión mucho más difícil. Si la primera empezaba con una cita en latín, la segunda comienza con una en hebreo, como si de entrada quisiera desanimar al lector. "Cuando escribí El nombre de la rosa se disculpa Eco, no imaginaba que tenía millones de lectores. Esta vez no quiero que se piense que busco repetir fácilmente el éxito. Los medios masivos de comunicación están llenos de filosofía servida en bandeja, de éxtasis instantáneos. Los lectores necesitan un desafío para poder sentirse respetados. El nombre de la rosa tiene la estructura de una escalera normal. El péndulo..., por el contrario, está construido como una escalera de caracol."
¿Y si uno sufre de vértigo? La crítica bien dispuesta equiparó el libro a la ilegible novela Finnegan's Wake, de James Joyce. La mal intencionada opinó que terminaría siendo leído sólo por los amigos más íntimos del autor. Las dificultades no se limitan a largas citas en idiomas extranjeros; Para orientarse en el vasto acertijo de conocimientos propuesto por Eco, quizá se necesite una enciclopedia a mano.
El papa Juan Pablo II, un lector inesperado, condenó la obra porque "presentaba la historia humana como un laberinto absurdo". Eco, un ex católico, se limitó a comentar: "Soy un espíritu profundamente religioso, pero dentro de un marco teológico en el que no hallo un lugar exacto para Dios".
¿Por qué este hombre casado felizmente con una hermosa mujer y padre de dos hijos creciditos pretende encerrar medio universo entre las tapas de un libro? No puede hacer otra cosa. Tiene miles de volúmenes metidos en la cabeza y un cerebro que funciona como una computadora. Además, el vicio de relacionar todo con todo; por algo es profesor de semiótica, la ciencia de los signos. Para él todo es un signo: el Ratón Mickey, el primer alunizaje, un cenicero redondo. .. Las relaciones más sorprendentes son posibles. "En mi profesión se justifica Eco es normal deambular pensando en política, el problema de la redención, si hay vida en Marte, el último éxito de Adriano Celentano y la Paradoja de Epiménides."
El estilo de Eco es mezclar cultura popular y cultura erudita, algo que ya se ve en una de sus primeras obras, en la cual comparó los procesos de razonamiento elaborados por el filósofo norteamericano Charles Sanders Peirce (1839-1914) con los utilizados por Sherlock Holmes para resolver sus casos policiales.
Sus admiradores sostienen que todo lo que escribe es inteligente. ¿Pero es literatura? Eco elude una respuesta concreta yéndose a otro campo del arte: "Quizá yo sea más bien un constructor de catedrales, y no un pintor de miniaturas encantadoras”.
OPINIONES PENDULARES
   Argentinos que jamás leyeron un cuento de Borges devoraron de un suspiro El nombre de la rosa. No hacerlo hubiera configurado un desliz social.
   El próximo paso para seguir a la moda -tan inevitable como ver Batman o bailar lambada- fue atreverse con El péndulo de Foucault. El entusiasmo duró poco. Muchos lectores admiten en voz baja que El péndulo de Foucault es un engendro insoportablemente aburrido. En el relevamiento de críticas que sigue, El péndulo pierde 3 a 1.
   "El péndulo de Foucault es una bufonada, pura charlatanería, profanación y blasfemia." (L'Osservatore Romano.)
   "...una composición sabiamente urdida, sin concesiones a la fácil amenidad." (Delfín Leocadio Garasa, La Nación.) 
    "... un pastiche donde el estilo se somete a las citas y, por ajustarse a todas ellas, acaba no perteneciéndole a nadie." (Matilde Sánchez, Página 12.)
"Eco escribe en un italiano abominable que oscila entre la solemnidad de un informe a la academia y el balbuceo incomprensible de un idiota." (Ricardo Ibarlucía, Babel.)


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