Umberto ECO – Entre Borges y Batman
(Por: Felipe Fernádez)
En su casa de
Milán, junto a los libros conviven llamativos y ordinarios objetos pop de
acrílico y unas caricaturas en las que Eco se transforma, paso a paso, en el
Ratón Mickey, Tribilín (alias Dippy) y el Pato Donald. "El artista es un
estudiante explica el profesor. Al parecer no le interesaban demasiado mis
clases de semiótica."
En un rincón
alejado hay un armario repleto de libros. "Son obras mías o trabajos sobre
mí confiesa. Naturalmente, la mayoría son traducciones de El nombre de la rosa”
‘Muestra una traducción rusa de aquella novela y un librito cuya escritura
pertenece al Lejano Oriente. Sólo puede descifrarse el nombre de Humberto Eco,
estampado en letras latinas. '' Creo que es coreano dice, pero no tengo la
menor idea de qué se trata."
Este señor panzón
de 58 años, con barba y anteojos de intelectual, reconoce que es vanidoso.
"Si nueve críticos alaban una de mis novelas y el décimo no, yo sufro.
Renunciaría con gusto a las nueve críticas positivas a cambio de que el décimo
me elogie."
Pero no hay que
tomar en serio sus opiniones. Le encanta desorientar al público. Ante un millar
de libreros norteamericanos reunidos para un congreso en el hotel Hilton, en
Washington, declaró con absoluta seriedad: "Escribí mi primera novela para
mil lectores. He decidido que a la segunda la leerán quinientos".
No es que
desprecie el éxito, más bien se ríe de él, pero sabe cómo aprovecharlo. Por
ejemplo, al reunir en un teatro a seiscientas personas dispuestas a pagar
treinta dólares cada una para escucharlo leer El péndulo de Foucault. Lo que no
quita que les advierta de entrada: "Espero que nadie haya abierto mi
novela. Hay que leer los libros mucho después de su aparición. Es lo que
hacemos con los de Homero. Así uno estará seguro de su valor y, además, se
salvará de leer a varios escritores mediocres".
Hasta ahora Umberto Eco tuvo a la
mayoría de su lado. Sus estudiantes, en la Universidad de Bolonia, aprecian su
ingenio y simpatía. Los lectores del semanario político L'Espresso festejan su
columna satírica. Los colegas lingüistas y filósofos admiran su capacidad para
escribir obras científicas.
Gusta a los
izquierdistas porque, de algún modo, es uno de ellos, claro que sin catecismo
partidario. Y también, pero mesuradamente, lo quiere la derecha, porque siempre
se puede hablar razonablemente con él.
Hasta 1981 el
apellido de este piamontés con veinte años de docente era conocido solamente en
los círculos intelectuales. El nombre de la rosa representó la demolición de la
torre de marfil de la sabiduría y su incursión en el campo de los bestsellers.
Fue traducida a todos los idiomas y hasta ahora lleva vendidos ocho millones de
ejemplares. En sus páginas se mezclan un émulo de Sherlock Holmes, el
Apocalipsis de San Juan, la Poética de Aristóteles, la ceguera de Jorge Luis
Borges, las Brigadas Rojas y la homosexualidad en los claustros medievales,
todo de manera entretenida y erudita.
Desde ese éxito
sorprendente, los editores de libros esperaron con ansias la próxima novela de
Eco. "Escribirla fue un sufrimiento recuerda él. Debía demostrar que mi
primera y única obra no había sido un accidente. Me divertí mucho elaborando El
nombre de la rosa, no me sentía responsable de nada. Con El péndulo... en
cambio, arriesgaba mi reputación."
El parto tardó
siete años. Por fin, en octubre de 1988 apareció El péndulo de Foucault en
Italia y en unos meses vendió quinientos mil ejemplares. "Eso no es
indicio de calidad reconoce. También se podría haber vendido la guía telefónica
en caso de que yo fuera el autor."
La segunda
novela, sin embargo, es de comprensión mucho más difícil. Si la primera
empezaba con una cita en latín, la segunda comienza con una en hebreo, como si
de entrada quisiera desanimar al lector. "Cuando escribí El nombre de la
rosa se disculpa Eco, no imaginaba que tenía millones de lectores. Esta vez no
quiero que se piense que busco repetir fácilmente el éxito. Los medios masivos
de comunicación están llenos de filosofía servida en bandeja, de éxtasis
instantáneos. Los lectores necesitan un desafío para poder sentirse respetados.
El nombre de la rosa tiene la estructura de una escalera normal. El péndulo...,
por el contrario, está construido como una escalera de caracol."
¿Y si uno sufre
de vértigo? La crítica bien dispuesta equiparó el libro a la ilegible novela
Finnegan's Wake, de James Joyce. La mal intencionada opinó que terminaría
siendo leído sólo por los amigos más íntimos del autor. Las dificultades no se
limitan a largas citas en idiomas extranjeros; Para orientarse en el vasto
acertijo de conocimientos propuesto por Eco, quizá se necesite una enciclopedia
a mano.
El papa Juan
Pablo II, un lector inesperado, condenó la obra porque "presentaba la historia
humana como un laberinto absurdo". Eco, un ex católico, se limitó a
comentar: "Soy un espíritu profundamente religioso, pero dentro de un
marco teológico en el que no hallo un lugar exacto para Dios".
¿Por qué este
hombre casado felizmente con una hermosa mujer y padre de dos hijos creciditos
pretende encerrar medio universo entre las tapas de un libro? No puede hacer
otra cosa. Tiene miles de volúmenes metidos en la cabeza y un cerebro que
funciona como una computadora. Además, el vicio de relacionar todo con todo;
por algo es profesor de semiótica, la ciencia de los signos. Para él todo es un
signo: el Ratón Mickey, el primer alunizaje, un cenicero redondo. .. Las
relaciones más sorprendentes son posibles. "En mi profesión se justifica
Eco es normal deambular pensando en política, el problema de la redención, si
hay vida en Marte, el último éxito de Adriano Celentano y la Paradoja de
Epiménides."
El estilo de Eco
es mezclar cultura popular y cultura erudita, algo que ya se ve en una de sus
primeras obras, en la cual comparó los procesos de razonamiento elaborados por
el filósofo norteamericano Charles Sanders Peirce (1839-1914) con los
utilizados por Sherlock Holmes para resolver sus casos policiales.
Sus admiradores
sostienen que todo lo que escribe es inteligente. ¿Pero es literatura? Eco
elude una respuesta concreta yéndose a otro campo del arte: "Quizá yo sea
más bien un constructor de catedrales, y no un pintor de miniaturas encantadoras”.
OPINIONES PENDULARES
El próximo paso
para seguir a la moda -tan inevitable como ver Batman o bailar lambada- fue atreverse con El péndulo de Foucault. El entusiasmo duró poco. Muchos lectores
admiten en voz baja que El péndulo de
Foucault es un engendro insoportablemente aburrido. En el relevamiento de
críticas que sigue, El péndulo pierde 3
a 1.
"El péndulo
de Foucault es una bufonada, pura charlatanería, profanación y blasfemia."
(L'Osservatore Romano.)
"...una
composición sabiamente urdida, sin concesiones a la fácil amenidad."
(Delfín Leocadio Garasa, La Nación.)
"... un
pastiche donde el estilo se somete a las citas y, por ajustarse a todas ellas,
acaba no perteneciéndole a nadie." (Matilde Sánchez, Página 12.)
"Eco escribe en un italiano abominable que oscila
entre la solemnidad de un informe a la academia y el balbuceo incomprensible de
un idiota." (Ricardo Ibarlucía, Babel.)
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