sábado, 21 de mayo de 2016

CORTOS de Ambrose Bierce

Cortos de Ambrose Bierce

(Trad: Aquiles Fabregat)

La mujer boba

Una mujer casada cuyo amante quiso abandonarla y escapar, consiguió un revólver y lo mató.
-¿Por qué lo hizo, señora?-preguntó un policía que justo pasaba por allí. -Porque era un perverso -respondió la mujer casada-y se había comprado un boleto para Chicago.
 -Hermana -dijo solemnemente un cura que también estaba ahí-, matarlos no es la forma indicada para impedir que los perversos se vayan a Chicago.
La viuda fiel
Una viuda que lloraba ante la tumba de su esposo, fue abordada por un apuesto caballero, quien le declaró en forma respetuosa que desde mucho tiempo atrás, ella le inspiraba los sentimientos más hermosos.
-¡Miserable! -replicó la viuda- ¡Retírese ahora mismo! ¡Esta no es ocasión para hablar de amor!
-Le juro, señora, que no fue mi intención revelar mis sentimientos -se excusó humildemente el apuesto caballero-, pero la fuerza de su belleza venció a mi discreción.
-Tendría que venir a verme cuando no estoy llorando -dijo la viuda.
La vela roja
Un hombre que estaba a punto de morir, llamó a su esposa y le dijo:
 -Estoy por dejarte para siempre. Dame, entonces, una prueba definitiva de tu cariño y fidelidad. En mi escritorio hallarás una vela roja que ha sido bendecida por el Sumo Sacerdote y tiene un valor místico muy grande. Debes jurarme que mientras la vela exista, no volverás a casarte.
La mujer juró y el hombre murió. Durante el funeral, la mujer se mantuvo junto al féretro, sosteniendo una vela roja encendida, hasta que se consumió.
El cadí honrado
Un ladrón que había robado mil dinares de oro a un mercader fue llevado ante el Cadí, quien le preguntó si tenía algo que aducir para evitar ser decapitado.
-Su Excelencia -dijo el ladrón-, no pude hacer otra cosa que apropiarme del dinero, porque Alá me hizo así.
-Tu defensa es ingeniosa y justa -respondió el Cadí- y debería absolverte de delito. Pero lamentablemente, Alá me hizo de tal forma que debo cortarte la cabeza. Salvo -agregó pensativo- que me des la mitad del oro, porque también me hizo débil ante las tentaciones.
Enseguida el ladrón puso en las manos del Cadí quinientos dinares de oro.
-Bueno- sentenció el Cadí- Te cortaré solo la mitad de la cabeza. Y para demostrarte mi confianza en tu discreción, te dejaré intacta la mitad con que hablas
A las puertas del cielo
Una mujer que había resucitado de su tumba se presentó en las puertas del cielo y golpeó con mano temblorosa.
 -¿De dónde vienes?- le preguntó San Pedro, acercándose a la entrada.
 -De San Francisco -respondió la mujer intimidada, mientras grandes gotas de sudor brotaban en su frente pálida.
-No te inquietes, muchacha -dijo, enternecido, el santo-. La eternidad te dará mucho tiempo para que llegues a olvidarlo.
-Perdóname, pero eso no es todo -dijo la mujer, cada vez más nerviosa-. Envenené a mi esposo y descuarticé a mis hijos.
-Aja -dijo el santo frunciendo el ceño-. Tu confesión implica una grave posibilidad. ¿Pertenecías a la Asociación de Mujeres de Prensa? La mujer se irguió y contestó enérgicamente:
 -¡No!
Las puertas de mármol y perlas se abrieron entonces sobre sus goznes de oro, sonando con la música más sublime. El santo, haciéndose a un lado, se inclinó y dijo:
-Entra, entonces, a tu descanso eterno. La mujer vaciló.
 -Pero el veneno...el descuartizamiento... el... el... -tartamudeó.
-No importa, te lo aseguro. No podemos ser severos con una dama que no ha pertenecido a la Asociación de Mujeres de Prensa. Toma el arpa.
-Pero yo había presentado una solicitud de ingreso en la Asociación, y me pusieron una bolilla negra...
-¡Toma dos arpas!

Padre e hijo
-Hijo mío -le dijo un anciano padre a su hijo rebelde y violento-: un carácter fogoso suele ser causa de arrepentimiento. Prométeme que cuando vuelvas a enojarte, antes de contestar o de actuar contarás hasta cien.
No bien el hijo hizo la promesa, recibió un terrible bastonazo. Y cuando había llegado a contar hasta setenta y cinco, sufrió la amargura de ver al anciano ascender a un coche y huir a máxima velocidad.
 Un pedido incompleto
Un magistrado de la Corte Suprema de Justicia estaba sentado a la orilla de un río, cuando se acercó un viajero y le dijo:
-Quisiera cruzarlo. ¿Es legal usar este bote?
 -Lo es -fue la respuesta-. El bote es mío.
El viajero le dio las gracias, empujó el bote hasta entrar en el río, se embarcó y empezó a remar.
Pero el bote se hundió y el viajero se ahogó.
-¡Mal hombre! -gritó indignado un espectador- ¿Por qué no le avisó que el bote tenía un agujero? -El tema que me planteó no era el estado del bote -respondió el gran jurista.
El hombre y el rayo
Un hombre que corría hacia su trabajo fue sorprendido por un rayo.
-¿Ves? -le dijo el rayo al pasar junto a él- Yo viajo a mayor velocidad que tú.
 -Sí -respondió el hombre que corría hacia su trabajo-. Pero yo lo hago todos los días.
El canguro y la cebra
Un canguro que iba saltando torpemente con un bulto en su bolsa, se encontró con una cebra. Y con el propósito de atraer su atención, le dijo:
-Por tu vestido, parece que recién has salido de la cárcel.
-Las apariencias engañan -replicó la cebra sonriente, sabedora de lo corrosivo de su ingenio-. De lo contrario, por tu bolsa se diría que acabas de salir de la Legislatura.
El perro y el médico
Un perro que veía a un médico asistir al sepelio de un paciente rico, le dijo:
 -¿Cuándo va a desenterrarlo?
-¿Por qué habría de desenterrarlo? -preguntó el médico.
 -Cuando yo entierro un hueso -respondió el perro-tengo la intención de desenterrarlo después para roerlo.
-Los huesos que yo entierro -replicó el médico- son los que ya no puedo roer.
La viuda inconsolable
Una mujer vestida de luto lloraba sobre una tumba.
-Consuélese, señora -intervino un simpático forastero-. La misericordia celestial es infinita. En alguna porte existirá otro hombre, además de su marido, que pueda hacerla feliz.
 -Había –sollozó la mujer-, había pero esta es su sepultura.


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