Cortos de Ambrose Bierce
(Trad: Aquiles Fabregat)
La mujer boba
Una mujer
casada cuyo amante quiso abandonarla y escapar, consiguió un revólver y lo
mató.
-¿Por qué
lo hizo, señora?-preguntó un policía que justo pasaba por allí. -Porque era un
perverso -respondió la mujer casada-y se había comprado un boleto para Chicago.
-Hermana -dijo solemnemente un cura que
también estaba ahí-, matarlos no es la forma indicada para impedir que los
perversos se vayan a Chicago.
La viuda fiel
Una viuda
que lloraba ante la tumba de su esposo, fue abordada por un apuesto caballero,
quien le declaró en forma respetuosa que desde mucho tiempo atrás, ella le
inspiraba los sentimientos más hermosos.
-¡Miserable!
-replicó la viuda- ¡Retírese ahora mismo! ¡Esta no es ocasión para hablar de
amor!
-Le juro,
señora, que no fue mi intención revelar mis sentimientos -se excusó
humildemente el apuesto caballero-, pero la fuerza de su belleza venció a mi
discreción.
-Tendría
que venir a verme cuando no estoy llorando -dijo la viuda.
La vela roja
Un hombre
que estaba a punto de morir, llamó a su esposa y le dijo:
-Estoy por dejarte para siempre. Dame,
entonces, una prueba definitiva de tu cariño y fidelidad. En mi escritorio
hallarás una vela roja que ha sido bendecida por el Sumo Sacerdote y tiene un
valor místico muy grande. Debes jurarme que mientras la vela exista, no
volverás a casarte.
La mujer
juró y el hombre murió. Durante el funeral, la mujer se mantuvo junto al
féretro, sosteniendo una vela roja encendida, hasta que se consumió.
El cadí honrado
Un ladrón
que había robado mil dinares de oro a un mercader fue llevado ante el Cadí,
quien le preguntó si tenía algo que aducir para evitar ser decapitado.
-Su
Excelencia -dijo el ladrón-, no pude hacer otra cosa que apropiarme del dinero,
porque Alá me hizo así.
-Tu
defensa es ingeniosa y justa -respondió el Cadí- y debería absolverte de
delito. Pero lamentablemente, Alá me hizo de tal forma que debo cortarte la
cabeza. Salvo -agregó pensativo- que me des la mitad del oro, porque también me
hizo débil ante las tentaciones.
Enseguida
el ladrón puso en las manos del Cadí quinientos dinares de oro.
-Bueno-
sentenció el Cadí- Te cortaré solo la mitad de la cabeza. Y para demostrarte mi
confianza en tu discreción, te dejaré intacta la mitad con que hablas
A las puertas del cielo
Una mujer
que había resucitado de su tumba se presentó en las puertas del cielo y golpeó
con mano temblorosa.
-¿De dónde vienes?- le preguntó San Pedro,
acercándose a la entrada.
-De San Francisco -respondió la mujer
intimidada, mientras grandes gotas de sudor brotaban en su frente pálida.
-No te
inquietes, muchacha -dijo, enternecido, el santo-. La eternidad te dará mucho
tiempo para que llegues a olvidarlo.
-Perdóname,
pero eso no es todo -dijo la mujer, cada vez más nerviosa-. Envenené a mi
esposo y descuarticé a mis hijos.
-Aja -dijo
el santo frunciendo el ceño-. Tu confesión implica una grave posibilidad.
¿Pertenecías a la Asociación de Mujeres de Prensa? La mujer se irguió y
contestó enérgicamente:
-¡No!
Las
puertas de mármol y perlas se abrieron entonces sobre sus goznes de oro,
sonando con la música más sublime. El santo, haciéndose a un lado, se inclinó y
dijo:
-Entra,
entonces, a tu descanso eterno. La mujer vaciló.
-Pero el veneno...el descuartizamiento...
el... el... -tartamudeó.
-No
importa, te lo aseguro. No podemos ser severos con una dama que no ha
pertenecido a la Asociación de Mujeres de Prensa. Toma el arpa.
-Pero yo
había presentado una solicitud de ingreso en la Asociación, y me pusieron una
bolilla negra...
-¡Toma dos
arpas!
Padre e hijo
-Hijo mío
-le dijo un anciano padre a su hijo rebelde y violento-: un carácter fogoso
suele ser causa de arrepentimiento. Prométeme que cuando vuelvas a enojarte,
antes de contestar o de actuar contarás hasta cien.
No bien el
hijo hizo la promesa, recibió un terrible bastonazo. Y cuando había llegado a
contar hasta setenta y cinco, sufrió la amargura de ver al anciano ascender a
un coche y huir a máxima velocidad.
Un
pedido incompleto
Un
magistrado de la Corte Suprema de Justicia estaba sentado a la orilla de un
río, cuando se acercó un viajero y le dijo:
-Quisiera
cruzarlo. ¿Es legal usar este bote?
-Lo es -fue la respuesta-. El bote es mío.
El viajero
le dio las gracias, empujó el bote hasta entrar en el río, se embarcó y empezó
a remar.
Pero el
bote se hundió y el viajero se ahogó.
-¡Mal
hombre! -gritó indignado un espectador- ¿Por qué no le avisó que el bote tenía
un agujero? -El tema que me planteó no era el estado del bote -respondió el
gran jurista.
El hombre y el rayo
Un hombre
que corría hacia su trabajo fue sorprendido por un rayo.
-¿Ves? -le
dijo el rayo al pasar junto a él- Yo viajo a mayor velocidad que tú.
-Sí -respondió el hombre que corría hacia su
trabajo-. Pero yo lo hago todos los días.
El canguro y la cebra
Un canguro
que iba saltando torpemente con un bulto en su bolsa, se encontró con una
cebra. Y con el propósito de atraer su atención, le dijo:
-Por tu
vestido, parece que recién has salido de la cárcel.
-Las
apariencias engañan -replicó la cebra sonriente, sabedora de lo corrosivo de su
ingenio-. De lo contrario, por tu bolsa se diría que acabas de salir de la
Legislatura.
El perro y el médico
Un perro
que veía a un médico asistir al sepelio de un paciente rico, le dijo:
-¿Cuándo va a desenterrarlo?
-¿Por qué
habría de desenterrarlo? -preguntó el médico.
-Cuando yo entierro un hueso -respondió el
perro-tengo la intención de desenterrarlo después para roerlo.
-Los
huesos que yo entierro -replicó el médico- son los que ya no puedo roer.
La viuda inconsolable
Una mujer
vestida de luto lloraba sobre una tumba.
-Consuélese,
señora -intervino un simpático forastero-. La misericordia celestial es
infinita. En alguna porte existirá otro hombre, además de su marido, que pueda
hacerla feliz.
-Había –sollozó la mujer-, había pero esta es
su sepultura.
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