sábado, 21 de mayo de 2016

ROPAVEJERO FILÁNTROPO

Este anciano descubrió en sus buenas obras el secreto de la salud y la felicidad

Ropavejero filántropo

(Por William Warren)

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ADA MAÑANA, haga frío o calor, llueva o brille el sol, Wang Kuanying, de 71 años de edad, se levanta antes de las 5 a recorrer, en su carretón de tres ruedas, las calles de Taipeh, capital de Formosa, para recoger lodo lo que la gente desecha. En la venta de lo que reúne a diario obtiene el equivalente de cuatro dólares. Mientras la mayoría de los ropavejeros de la ciudad logra apenas sobrevivir con sus escasos ingresos, Wang Kuanying se las ingenia para subsistir y a la vez dar rienda suelta a su inclinación filantrópica, que ha hecho de él una figura legendaria en Taipeh.
Durante los 20 años últimos Wang ha donado unos 2000 dólares en becas escolares a más de 120 niños pobres, y más de 2600 en libros a escuelas, colegios y universidades de Formosa y del extranjero, para fomentar el interés por la literatura y la filosofía clásicas chinas.
Wang nació en el seno de una familia campesina de Tung Ping Hsien, en la provincia de Shantung, y creció en los años turbulentos de guerras y revoluciones. No recibió educación formal hasta cumplir los IH años de edad, y aun entonces dolo completó cuatro de estudios. Sin embargo, le bastaron para iniciarse en el conocimiento de las obras clásicas fundamentales y para adquirir un respeto indeclinable por las creaciones de los filósofos chinos más eminentes.
Contrajo matrimonio a los 21 años, y seis después se incorporó al ejército. Comandaba un pelotón del regimiento que defendía el puente Marco Polo, cerca de Pekín, cuando los japoneses atacaron esa ciudad en julio de 1937. Este suceso generó la guerra chino japonesa, que duró ocho años. Wang combatió en diversos lugares de China, y llegó a obtener el grado de subjefe de' batallón.
Su primera esposa falleció en 1938 y le dejó una hija. Wlang se volvió a casar en 1941. Su segunda mujer dio a luz a una niña, y estaba nuevamente encinta cuando la unidad en que él servía fue trasladada al sur, durante la guerra civil. Wang ignora el paradero actual de su familia, aunque supone que seguirán viviendo en la China continental. En parte por su tragedia personal y en parte por haber presenciado los manejos de las comunistas, Wang siente un odio irreconciliable contra ellos. (Ha escrito y publicado más de 30 folletos anticomunistas.) Se mudó a Formosa en 1950 y, una vez jubilado del ejército, se convirtió en ropavejero.
Al principio, recorría la ciudad en su carretón sin más objeto que ganarse el sustento. Pero sus constantes lecturas de los grandes, filósofos lo fueron convenciendo de que, por humilde que fuese su situación, podía ser útil a la sociedad.
Hace poco tomé por un oscuro laberinto de callejones y viviendas improvisadas para llegar a la casucha de Wang. Encontré dos habitaciones hechas con láminas onduladas de hierro y tablones desechados. No obstante su rudimentaria construcción, era un hogar acogedor.
Allí estaba Wang, sentado junto a una estampa de Confucio. Los años han dejado su huella en el ropavejero, pero la impresión que de él tuve fue más de vitalidad que de fatiga. Tras pedalear en su carro todo un día, Wang lee, ejercita la caligrafía, redacta su diario, o escribe poesía.
"Mis necesidades son muy sencillas: un poco de arroz o de fideos y un trozo de pescado", me dijo. "Aunque no gano mucho dinero, algo me sobra. Hace unos 20 años decidí emplear provechosamente mis ahorros".
Wang me explicó que las escuelas públicas de Formosa son gratuitas hasta el noveno año, y que los estudiantes interesados en continuar hasta terminar el duodécimo deben pagar una cuota mensual de poco menos de 14 dólares, suma que representa un gran sacrificio para las familias con ingresos apenas suficientes para subsistir. A estudiantes de este nivel otorgó Wang las primeras becas, eligiendo a los que juzgaba más prometedores.
Colgó de su carrito varios letreros que invitaban a la gente a donar desperdicios, los cuales él vendía para ayudar a los estudiantes a fin de que "lleguen a ser en lo futuro ciudadanos de provecho", según rezaban los letreros. Otro aviso decía: "Su bondad no tiene límites"; y el lema fue realizándose cada vez más, a medida que cundía la fama de las obras generosas de Wang. La gente aguardaba su paso por las calles y reservaba ciertos objetos especialmente para él.
Hoy, cerca de 50 empresas de Taipeh regalan al ropavejero sus desperdicios de papel. Además, muchos hombres de negocios (y esto a Wang le importa más), movidos por su ejemplo, empezaron a pagar becas a estudiantes pobres. "Gran parte de mi propósito", me confesó, "consiste en hacer que otras personas comprendan que también ellas pueden ayudar".
En 1961 donó su primera colección de Las cinco virtudes clásicas de Confucio a la escuela preparatoria Renwen de Taipeh, en el distrito de Yunlin, y desde entonces acostumbra regalar libros. Por conducto del Consejo Nacional para el Renacimiento Cultural Chino, envió 34 obras a la colonia china de Montreal (Canadá); obsequió 87 volúmenes de los clásicos chinos a cierta escuela de Uruguay; y en 1973 entregó textos de historia, diccionarios y obras clásicas por valor de 262 dólares al Departamento de Estudios Asiáticos de la Universidad de Saint John, de Nueva York.
 Cuando lo entrevisté, Wang proyectaba un viaje con fines filantrópicos al apartado archipiélago á\ los Pescadores, para visitar a las tropas chinas destacadas allí y regalarles 315 dólares en libros y 26 en semillas de melón, las cuales simbolizan la esperanza de tener una descendencia numerosa.
"Claro está que sigo interesado en ayudar a los estudiantes pobres", me explicó, "pero ahora que otras muchas personas conceden becas, quisiera dedicar más tiempo y dinero a difundir lo selecto de la cultura china. Me gustaría fundar una beca especial para quienes se propongan investigar nuestra literatura clásica".
Wang obtiene de 120 a 131 dólares mensuales, y gasta por lo menos la mitad en libros. "No siempre puedo pagar al contado", me dice, "así que en ocasiones los adquiero a plazos. No creo en el ahorro. ¿Por qué habría de economizar? Conservo aún mis energías, y quien tenga suficiente decisión puede trabajar y lograr el éxito". Se niega a aceptar descuentos en el precio de los libros que adquiere, pues, según él, eso disminuiría su valor.
El alcalde de Taipeh le premió, en 1967, con una copa de plata en reconocimiento por su aportación a la sociedad y a la educación; también recibió el título honorífico "Amigo del Ateneo Conmemorativo de Sun Yat-sen", por sus donaciones de libros. La prensa local e Internacional ha publicado varios artículos acerca del ropavejero, y también lo han entrevistado en la televisión. De las paredes de su habitación cuelgan, enmarcadas, algunas de las muchas cartas que ha recibido de todo el mundo, y en que I' expresan gratitud y admiración MU su labor.
Wang rechazó la ayuda económica que una sociedad extranjera le ofrecía, pues deseaba que todo el dinero que destinara a su obra procediera exclusivamente de su trabajo personal. Asimismo, desechó la recomendación de que instalara un motor en su carretón para librarse de la necesidad de pedalear.
"Si siguiera ese consejo", manifestó con sencillez, "mi trabajo no me daría igual satisfacción. Perdería significado si dejara de valerme de mis propias fuerzas". A los ojos de Wang Kuanying, la caridad incluye algo de sacrificio personal.
Hace poco, sin embargo, abandonó su acostumbrado método filantrópico al aceptar ayuda económica para convertir en realidad el plan ansiosamente acariciado de fundar en su vecindad una biblioteca para estudiantes de enseñanza media y universitaria. El Club de Leones, por ejemplo, aportó una cantidad considerable. El gobierno le proporcionó sin costo un salón en una unidad habitacional. Allí inauguró la biblioteca en enero de 1977.

Le preguntaron una vez el secreto de su salud y de su felicidad. El ropavejero sonrió y repuso: "Si no goza uno de paz interior, así viva en una mansión lujosa y coma los más exquisitos manjares, no podrá tener salud. La caridad alimenta al corazón y, cuando el corazón es feliz, la salud viene como consecuencia natural".

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