Una
luz que titila
(Por: Alberto Daneri)[1]
Hace veinticinco años el italiano Pier Paolo Pasolini moría asesinado por un amante
ocasional. Dejó en sus libros y películas una de las obras más provocadoras del
siglo XX.
A
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los siete años escribía versos y a los catorce
leía a Dostoievski. Todos sus amigos vivían en una sobria pobreza, pero se
sentían libres, justos y humanos. Edad virginal de la esperanza frente a la
hipocresía de los adultos alienados. El estimó que había sido un chico rico:
poseía una cultura refinada y sentimientos solidarios que nadie le pudo quitar
jamás y a los que no tuvo que renunciar. En la Universidad de Bolonia (ciudad
donde nació en 1922) se recibió de licenciado en letras. Después de la guerra
participó en las luchas campesinas de los jornaleros friulanos y esto lo acercó
al marxismo. Se dedicó a la enseñanza durante tres años, hasta ser juzgado por
actos obscenos con un alumno (como la Blanche de Un tranvía llamado deseo) y expulsado del Partido Comunista. Partió
a Roma en 1949.
En 1955 publicó la novela que le
dio fama: Muchachos de la calle.
Mediante el dialecto romanesco situó a sus personajes (jóvenes de diez a veinte
años sin ninguna ilusión) en un mundo proletario que resistía, pese a la escuálida
miseria y al vicio aceptado pero no deseado. Estas criaturas empleaban la
astucia para violar a su ciudad y Pasolini aún creía posible salvarlas. Su
mejor novela (Una vida violenta,
1959) es más incrédula. El antihéroe va desde la azarosa mala vida de un chico
de villa miseria hasta la conciencia moral y social de sí mismo; ejemplifica el
significado de la tensión entre pasión e ideología.
Por Las cenizas de Gramsci, su
mayor libro poético, le dieron en 1957 el codiciado premio Viareggio:
"Para ser poeta es necesario tener mucho tiempo: / hora tras hora de
soledad es el único modo/ para dar estilo al caos. / Yo tiempo tengo poco; por
culpa de la muerte/ que avanza, al ocaso de la juventud".
Su primer
filme, Accattone (1961) fue una
historia de ladrones, de amores sin nostalgia, donde reflejó a jóvenes
rufianescos viviendo una corrupción sin escapatoria. Hizo en Mamma Roma un culto de la adoración de
su madre y escenificó premonitorio como un calvario (la muerte del hijo) su
noción del dolor humano: "Existe un vía crucis recorrido por muchos sucios
crucificados sin espinas", dijo. Rechazaba la compasión porque amaba la
rabia. La suya y la de los que no aceptan la falsa sonrisa del conformismo. Sus
filmes posteriores, basados en símbolos temáticos y visuales, lo hicieron
conocido para un público que nunca hubiese leído sus libros. Están poblados por
figuras que marchan hacia la autodestrucción, víctimas de una fatalidad cuya
responsabilidad no cabe achacar a dios alguno, sino a pautas culturales y
socioeconómicas. Toda una postura crítica.
¿Era intelectual de izquierda,
comunista sin carné, hombre de unión entre católicos y marxistas? El sentido
religioso de su cine lo plasmó en el Cristo víctima de El evangelio según Mateo y en el enviado de la prohibida Teorema, un ser que por medio del sexo
poseía a todos destruyendo los valores burgueses y que podría simbolizar a
Cristo, a Marx o a Freud. Pasolini reflejó el diálogo cristianomarxista de los
años 60 al amparo de Juan XXIII. Pero los comunistas lo acusaban de cristiano,
los cristianos de comunista y los cinéfilos decían que sus filmes estaban mal
hechos. Si las polémicas no nacen, se hacen; era el centro de ellas al escribir
en el Corriere della Sera los famosos
Escritos corsarios, que para algunos
originaron su condena a muerte.
¿Qué pasó la trágica noche del 2 de noviembre de 1975? Días antes había
terminado la novela total que siempre ambicionó, Petróleo, y su póstumo y más negro filme: Saló. A los 53 años seguía vampirizando a muchachos prostitutos.
Deambulaba como un animal predador y por azar (o no) halló al semianalfabeto
Pino Pelosi, un vividor de 17 años. ¿Lo mató éste solo? En una oscura playa
igual a sus textos, el contradictorio Pasolini le pagó 20 dólares de hoy, como
cualquier burgués para él despreciable. Y ese chico parecido a su gran amor (un
actor que lo dejó porque en esos días se casaba) fue el "asesino sin
rostro", según definió Alberto Moravia en el funeral. Cuando el joven
rehusó asumir otro rol que el pactado, Pasolini le pegó, como el padre
antiedipo de su pieza Affabulazione
que mata al hijo. Pelosi subió al auto del escritor y lo atropello pasándole
por encima varias veces con rabia. La misma rabia de los personajes
pasolinianos. Al día siguiente los diarios decían que de lejos el suyo no
parecía un cuerpo; tanto había sido masacrado. Parecía cualquier cosa menos un
hombre. "Y, como un joven, sin piedad/ o pudor, yo no escondo mi estado:
no tendré paz, nunca." No la tuvo. Pero tal vez (pensemos con la piedad
que se negó a sí mismo) no era un hombre, sino una luz torturada.
Los comunistas lo acusaban
de cristiano, éstos de comunista
y los cinéfilos decían que sus filmes estaban
mal hechos
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