Último lunes tras las eras del estío.
Ayer tan distinto a hoy. Simplemente ayer, no
los viejos tiempos, ayer, doce horas
Los insectos crisparon al aire envejecido sobre
un melenón de montañas, dolorosas, ardientes.
No obstante, a la sombra que puede brindar un
arbusto, todo era tan grande como para acunar la vida.
Solo y el niño.
Instintivamente aferrados al equilibrio de a lo
que no perecen.
El lenguaje de las cosas satisface el mejor de
los proyectos.
El viejo, afirma, sus postreros días constan
solo de derechos.
Últimos minutos.
El condenado de la 73, encuentra en tanta
gestación de luz respuesta al ansia vital.
El viejo, abandonado a su itinerario sin
regreso, respira libertad, permanencia… muere.
El niño, ante esplendor similar investiga,
disfruta, se bifurca, no se amodorra... vive.
Avanzar.
Contra la muerte, inexplicable... ¿distante aun?…
siempre latente.
El viejo no corre opuesto a la muerte visible…
la acaricia en cada jornal.
El muchacho no se detiene, ni escucha.; vocifera
contra el silencio… huye.
El viejo pausa, observa.
Inesperadamente, entre ambos, el diálogo
siempre estuvo.
Fragor de juventud, lo hizo imperceptible.
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